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La autonomía del comer. Sobre Candy Bar.

La autonomía del comer. Sobre Candy Bar , el más reciente documental de Alejandra Szeplaki.  Candy Bar , Alejandra Szeplaki, 2018 ...

sábado, 29 de julio de 2017

De la lujuria y la ira: excesos y carencias.

A propósito de Groom's block (Damat Koğuşu, İlker Savaşkurt, Turquía, 2016).


I.- Los pecados capitales.
El asunto de las pasiones humanas, cómo gestionarlas, cómo sentirlas y vivirlas sin exceso; ha sido una constante interrogante de nuestra historia como seres sociales. Cuál es el punto justo, donde cualquiera que sea mi pasión, mi humor (ese pus negro según ciertas tradiciones filosófico-religiosas y luego retomada por la psiquiatría) puede ser ofrecido al otro, sin que esto violente su propia subjetividad.
No siempre pasión y amor son sinónimos. Así lo entendieron las religiones, que impusieron severas restricciones al disfrute del cuerpo a través de mandamientos, tablas caídas del cielo y en casos extremos, un ascetismo pleno y el silicio. También así lo entendió la sociedad laica y civilizada, al crear sistemas y espacios para el control pasional. Por un lado los de carácter preventivo, como el destierro, la sagrada familia o las escuelas; o los de tipo punitivo, cuando el desbordamiento fue inevitable como las prisiones y los psiquiátricos.
Lo cierto es que desde tiempos muy antiguos, la pasiones han tenido un límite. No en balde -y tampoco casual-, la base de la gran mayoría de los códigos civiles modernos, postmodenos, post-postmodernos; son las normas religiosas de cada cultura, que hacen hincapié en el recato ante la voluptuosidad deseante.
Los pecados capitales son ejemplo perfecto de ello. Su diferencia con otros pecados a los que somos propensos los hijos de Dios, estriba según Santo Tomás, en que:
Un vicio capital es aquel que tiene un fin excesivamente deseable, de manera tal que en su deseo, un hombre comete muchos pecados, todos los cuales se dice son originados en aquel vicio como su fuente principal. […] Los pecados o vicios capitales son aquellos a los que la naturaleza humana está principalmente inclinada.”
La historia de estos pecados, que al inicio del cuento eran 8, se remonta al monje Evagrio Póntico (345-399) quien escribió en Sobre los ocho vicios malvados, una lista de ocho vicios o pasiones malvadas (logismoi en griego) fuentes de toda palabra, pensamiento o acto impropio, contra los que sus compañeros debían guardarse. Dichos vicios fuente de otros pecados, estaban divididos en dos grandes categorías:
Cuatro vicios hacia el deseo de posesión:
Gula y ebriedad (Γαστριμαργία, “gastrimargia”), avaricia (Φιλαργυρία, philarguria: "amor hacia el oro"), lujuria (Πορνεία, porneia, lujuria, "amor a la carne"), vanagloria (Κενοδοξία, kenodoxia, "vanagloria, vanidad, egolatría").
Y otro cuatro, que son los vicios irascibles, que -al contrario que los concupiscibles- no son deseos sino carencias, privaciones, frustraciones:
Ira (Ὀργή, orgè: cólera irreflexiva, crueldad, violencia); pereza (Ἀκηδία, acedia: depresión profunda, desesperanza), tristeza (Λύπη, Lúpê, tristeza) y orgullo o soberbia (Ὑπερηφανία, uperèphania). 

Los siete pecados capitales. El Bosco.
  
En el siglo VI, el papa romano San Gregorio Magno (circa 540-604), en su Lib. mor. en Job (XXXI, XVII), revisó los trabajos anteriores para confeccionar una lista propia definitiva reduciendo los vicios a siete, pues consideró, vaya curiosidad y atrevimiento, que la tristeza era una forma de pereza (si usté se siente triste, seguramente es por falta de oficio).
Detengámonos un poco en las dos categorías. La primera, habla de la posesión. Son vicios que apuntan al deseo excesivo de poseer algo, que dentro de los controles sería permisible. Nadie niega el comer, el beber, la necesidad del dinero, las apetencias de la carne, o el amor propio. Pero cuando éstos rebasan cierto límite (¿y quién lo demarca y demarcará?), ya no se trata sólo de una necesidad, sino de un deseo de poseer en desmesura y a cualquier precio.
Los otros pecados en cambio, provienen de nuestras (humanas) carencias y frustraciones: nos enfadamos porque algo nos falta (el despecho como ausencia de reciprocidad del ser amado); nos quedamos arropados en la cama, porque carecemos de oficio o de técnica para hacer algo; nos sentimos melancólicos por la perdida de alguien o algo (como el luto), o nos creemos más por tener menos (como los autoritarios).
De lo que se trata la vida entonces, es de tener la temperancia suficiente para mantener un equilibrio entre la posesión y la carencia. Parece asunto fácil. La historia ha demostrado que no lo es.

II.- El capital del pecado.
Para controlar y penar los pecados, se recurre a la aplicación de su inverso como método de prevención y castigo. Así contra los excesos de la posesión, se establecen normas y códigos que limiten (e incluso supriman) la voluptuosidad. Un ejemplo normativo, las horas establecidas para la comida, rigurosas dentro de la familia, la escuela y también los reclusorios de distinto tipo.
Contra las carencias, se establecen tareas para llenar ese vacío: el trabajo y sus horarios, el ejercicio físico, el tiempo normado del ocio: la normativa del tiempo en general. Caso paradójico el de la ira: pues contra ella, se ejerce la supresión del objeto de nuestra furia. La cárcel, los ancianatos y manicomios de todo tipo, privan a lo social del objeto perturbador (incluyendo nuestra mente, que es anestesiada con fármacos); además de prevenir a lxs Otrxs, de nuestras propias carencias y sus posibles excesos.
Una cinta de moebius que cual serpiente, se muerde la cola: te privo de un exceso, por ende te genero una carencia, y luego privo al mundo de tu posible exceso pecaminoso.

III.- El pecado represor.
Dentro de este sistema de excesos, carencias y privaciones, la cárcel ha sido un ejemplo profusamente estudiado. En el programa de NatGeo El mapa del infierno, con la exuberante conducción de un Danny Trejo muerto, una de las primeras cárceles protestantes de EE.UU. es colocada como un ejemplo perfecto de visión infernal moderna. Hace tiempo que Dante había pasado de moda.
¿Pero qué pasaría, como pasa, si dentro del recinto carcelario coloco en un mismo pabellón, sin distinción de barómetro pecaminoso, a todos aquellos acusados de algún tipo de lujuria? Ese pabellón existe y se le conoce, en la jerga turca como Groom's Block. En el país otonomano, no debe ser poca cosa pasar un tiempillo en este purgatorio. 
 
Groom's Block.
¿Cómo funciona el Groom's Block? Todos los allí recluidos han cometido lujuria. Es decir, y veamos las acepciones: i) pecado producido por los pensamientos excesivos de naturaleza sexual, o un deseo sexual desordenado e incontrolable; ii) compulsión sexual o adicción a las relaciones sexuales; iii) el adulterio y la violación; iv) pensamientos posesivos sobre otra persona; v) un «vicio consistente en el uso ilícito o en el apetito desordenado de los deleites carnales» o; vi) el «Exceso o demasía en algunas cosas». Al parecer, todos somos lujuriosos en algún momento de nuestras vidas. 

El jardín de las Delicias. El Bosco.
En este recinto, metáfora no sólo de Turquía sino -lamentablemente- del estado de muchas de nuestras sociedades -incluyéndonos-; tenemos a un policía violador, a un retrasado mental (me disculpan la expresión, pero así se representa al personaje en el filme) que no puede contener sus impulsos ante nada; un par de ancianos que ya olvidaron cuándo y porqué llegaron allí, y a nuestro joven protagonista, cuyo pecado fue amar

Groom's Block.
Obvio que los pederastas no se mantienen ni en pie, ni en vida. Hasta los pecadores más abyectos, tienen moral.

Groom's Block.
Se impone en dicho bloque, una ley interna de esclavitud según un sistema de castas, amparado por el director, donde un pran proveniente de Homicidios y puesto allí para imponer orden, ejerce la subyugación de las almas que ejercieron el exceso de posesión (ahora almas que él posee, gracias a la soberbia, otro pecadillo común). La carencia entonces, es la del orden cerrado. Una carencia ejercida a través de trabajos forzados (combatir la pereza, evitar la ira, etc), de la humillación constante (para evitar la soberbia), la violación rapaz (para ahuyentar el deseo carnal y más bien sentir temor ante el contacto físico con el otro); y otro sin fin más de mecanismos en nada diferentes a los practicados, con más civilidad, en las afueras del Bloque y también de la cárcel.
¿Qué diferencia entonces, a quienes ejercen los roles: atacantes y sus víctimas, inocentes y culpables, autoridades y sus sujetos de dominio? Incluso, los parientes que vienen de visita a descargar su ira por el bochorno provocado por la lujuria expuesta y la marca en la frente que todos cargarán a cuestas; y el resto de la ciudad más allá de los muros, que con su silencio cómplice y la condena que hacen, preservan el sistema? 

IV.- El pecado represado
Se reprime el deseo de posesión del Otro, con la impostura de una carencia. La lujuria, se controla con la ira. La ira, se controla con lujuria, avaricia y vanagloria. El sistema ha creado un método de control, que nada tiene que enviarle al purgatorio: la eterna repetición de los actos, del arco infinito de excesos y carencias.
Pero de la ira, debemos cuidarnos Sancho. Desde su primigenia acepción, la ira es un sentimiento no ordenado ni controlado, de odio y enfado; y que se suelen manifestar como una negación vehemente de la verdad -tanto hacia los demás como hacia uno mismo-; impaciencia con los procedimientos de la ley y el deseo de venganza fuera del trabajo del sistema judicial (llevando a hacer justicia por sus propias manos); fanatismo en creencias políticas y religiosas, generalmente deseando hacer mal a otros, y que incluye la intolerancia hacia otrxs por razones de raza, religión u orientación sexual, llevando a la discriminación. Curiosamente, el gran Dante, basándose en que la la ira es el único pecado que no necesariamente se relaciona con el egoísmo y el interés personal (aunque uno puede odiarse y ser irancundamente egoísta), describe a la ira como «un amor pervertido por la justicia y devenido en venganza y resentimiento». 

La ira. Tacinum Sanitatis.
Como vemos, la ira es casi, la mamá de los pecados modernos: genocidios, feminicidios, racismo, fanatismos de todo tipo, y por supuesto, el ejercicio de la lujuria como exceso hacia los otros.
¿Pero cómo combatir una ira desparramada entre reos de distinto tipo (imagine un policía entre lujuriosos; un campesino ante un homicida serial); entre el sistema carcelario y el Groom's Block; entre el director de la cárcel y gobierno local, regional o nacional. Entre los reos, que son parte de tu familia parental o social; y el resto de la sociedad, de la que forman parte aunque se trate de negarlo?

Groom's Block.
V.- Tu pecado y la virtud.
Nos dicen los tratados religiosos, que a cada pecado le corresponde una virtud. Ante la lujuria, la castidad, entendida como el comportamiento voluntario a la moderación y adecuada regulación de placeres y/o relaciones sexuales, ya sea por motivos de religión o sociales. No se confunda con la abstinencia, ni con esos castigos del suplicio, que penan al cuerpo por deseos de la mente. Y ante la ira -ese demonio desatado, la hora loca, el dibujo libre-, la paciencia, actitud digna de sobrellevar cualquier contratiempo y dificultad.
Pero creo que siguiendo las virtudes teologales, a los habitantes del Groom y demás recintos; a los burócratas del aparto estatal controlador (y represor), a la sociedad en general, que juzga según su voluntad y dejar sus humores pútridos en chismorreos, abyecciones, defenestraciones y cargas de culpa sísifas; nos convendría un poco de templanza.
Si bien se receta para los casos de gula, creo que de las virtudes es la más necesaria y lastimosamente, la más escasa. Se entiende por templanza, a la moderación en la atracción de los placeres y la procura del equilibrio en el uso de los bienes creados. Se trata de asegurar el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantener los deseos en los límites de la honestidad

Groom's Block.
Con algo de templanza, no impondríamos carencias ante los excesos; ni excesos institucionalizados ante las carencias. Seríamos moderados, lo que implica un equilibrio entre los polos y por ende, la ruptura de las dicotomías que nos sumergen en el purgatorio. Seríamos honestos, que implica recato, justicia, probidad, rectitud, y la capacidad de ser razonables ante los hechos.
Olvidemos para siempre la misericordia, esa que al final uno siempre tiene por quien creía culpable y resultó inocente y que termina en compasión. La misericordia no es más que (y siguiendo al Diccionario de la RAE): i) un sentimiento que lleva a la compasión; ii) un banquito dispuesto en las iglesias para trampear el tiempo de la liturgia que deberíamos pasar de pie (el disimulo legalizado por la arquitectura y el diseño de interiores, lo que no es más que la hipocresía); y iii) el puñal con el que solían ir armados los caballeros en la Edad Media para dar el golpe de gracia a los enemigos.

Diversas formas de Misericordia. Pieter Brueghel.
Hay mucha puñetera misericordia suelta -con puñales incluidos y banquitos para asistir al circo-; mezclada con ira y el desborde del exceso lujurioso.
Volvamos a la templanza de los primeros tiempos (y lo dice alguien que hace rato dejó de creer en señor que habita lo cielos). Yo me niego, a habitar este Groom's Block. No acepto la opción clásica del sistema, de escoger entre lujuriosos o iracundos. No acepto que al final del juicio final, venga un juez ciego (de ira, de lujuria y sentado en su misericordia) a repartirme su compasión en forma de derechos propios de mi subjetividad; a convertir esa misma subjetividad (tanto la mía personal, como la de nuestro cuerpo social) en una obra de misericordia: una pequeña porción dada en caridad o limosna.
La templanza, como toda virtud, es necesario ejercitarla.

 
Tráiler de Groom's Block

Referencias:
.- Dante Alighieri. La divina comedia. Alicante : Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2012. Acceso en: http://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmchh6t0
.- Diccionario de la Lengua Española. Real Academia Española, edición Tricentenario: http://dle.rae.es/
.- Sobre los Siete Pecados Capitales: https://es.wikipedia.org/wiki/Pecados_capitales



 


viernes, 7 de julio de 2017

Poco invierno y mucho fuego: la libertad disfrazada de comunidad.


Winter of fire y Venezuela: un lugar de desencuentros y desencantos.

Some of the images in Evgeny Afineevsky’s Winter on Fire: Ukraine’s Fight for Freedom will be familiar from CNN and social media, and not only because the specific events — the protests in Kiev in early 2014 that drove Ukraine’s President Viktor F. Yanukovych from power — were widely broadcast at the time. They were also part of a pattern. The spectacle of thousands of people gathering in a city square and refusing to leave in spite of state violence, bad weather and internal dissension has become a common sight, in Cairo and Istanbul and in the earlier wave of “color revolutions” in what used to be the Soviet bloc”.
A. O. Scott.

La próxima generación de la Revolución.

Muchos son los medios de comunicación -nacionales e internacionales-, los analistas políticos, los críticos de cine y otras artes, y hasta los mismos protestantes -en especial los jóvenes-; que ven una gran similitud -al punto de hablar de “influencia”- entre la situación actual venezolana y los eventos del invierno ucraniano de 2013-2014. Gran parte de esas comparaciones y de la llamada influencia en los insurgentes, se debe a la popularidad y a las reiteradas proyecciones ahora públicas, del documental de Netflix Winter of Fire, del director ruso Evgeny Afineevsky. 


Como bien dice Scott en su crítica de The New York Times (1), la popularidad y familiaridad de las imágenes del documental, no se deben sólo a la amplia cobertura que los medios occidentales hicieron de la Revolución del EuroMaidán; sino que las mismas, comparten el patrón característico de los media: la espectacularización de eventos similares, donde miles de civiles con el clima en contra, resisten la embestida violenta de lo que se ha llamado un estado forajido. Cambie usted las banderas y tendrá su puesto en las plazas de El Cairo, Estambul, Trípoli y demás.
Y eso está bien. Afineevsky y sus productores no quieren ni pretenden, hacer una investigación política de los hechos. Sólo desean hace propaganda. Un sub-género cinematográfico que tiene sus orígenes en el mismo Edison. Por ello el filme, rellena los vacíos de investigación periodística (que disimula con la breve introducción y con un más exiguo epílogo) con una larga exposición de los sentimientos y motivaciones de los participantes, valiéndose del vívido retrato del terror, el miedo, la desesperación y la epifanía del deseo cumplido de liberación, luego de 93 días. Como dice Scott (2): logrando comunicar estos sentimientos directo al torrente sanguíneo y al sistema nervioso de la audiencia. Y para ello, para lograr ese espectáculo visceral, reflexionar está prohibido.
 
Libertad, igualdad y fraternidad: ¡Viva Europa!
El documental se subtitula “La lucha de Ucrania por la libertad”. Y asume esta causa -la libertad- como causa única y universal. Pero eso es una falacia. No sólo porque desde Platón, el problema de los universales se ha revelado complejo y nada universal (y hasta acá dejamos el lado filosófico de la cuestión); sino porque el reclamo de Maidán, como bien lo explica su nombre más popular, es un problema Euro-Maidán.
Como explica el breve intro, al Yanukovych llegar por segunda vez al poder, traía como promesa electoral el ingreso de Ucrania a la Unión Europea. Pero como todo político, al ocupar su silla viró drásticamente hacia su amigo y fiel escudero Putin y a la (supuestamente) odiada Rusia. Esta traición, este giro hacia el este y no hacia Occidente, es lo que desencadena toda la revuelta. Por lo que poco tiene de lucha por la libertad, y sí mucho sobre a quién le hinca las rodillas el pueblo ucraniano.
Es importante acá, hacer un poco de etimología. En su origen eslavo (Ucrania comenzó su vida como pueblo eslavo, para luego estar bajo el dominio y disputa de polacos, lituanos, mongoles, tártaros, astro-húngaros, alemanes, y rusos entre otros y sin orden cronológico certero) el nombre del país proviene del término krajina, que significa «país» o «territorio fronterizo» (3). Si uno ve el mapa de la zona y repasa las múltiples invasiones y anexiones, las razas que conforman ese gran trozo de tierra y demás aspectos geo-políticos, podrá entender porqué es un país frontera efectivamente. Y podrá entender también, porqué tantos imperios y reinados, querían hacerse de su territorio: el es paso más corto y efectivo, entre lo que solemos llamar Oriente y Occidente.

Ucrania: un territorio fronterizo.

El director olvida adrede este detalle, y sitúa al pueblo ucraniano todo, clamando por la libertad. Una libertad solo alcanzable, solo posible, si se forma parte del bloque europeo. De ahí el nombre de Euro-Maidán, que el documental evita pronunciar (y que en realidad significa en su idioma original -Євромайдан- ‘Europlaza’). Pero tranquilos, las imágenes y testimonios lo delatan.
En la nada improvisada tarima (y una se pregunta todo el tiempo, cuánto de espontáneo tuvo esa toma) un popular artista clama a todo pulmón: “la defensa de los valores europeos de libertad y dignidad”. Algo que confirman las innumerables banderas azules de la UE que flamean sobre todas las carpas apostadas en la Plaza, no casualmente antes llamada de la “Libertad”. 

U(E)crania .

Sin embargo, el documental intenta rescatar cierto patriotismo, aunque el tiro le sale por la culata. Cuando entrevista al encargado de las campanas del Monasterio de San Miguel, quien dobló las mismas para alertar la llegada de los Berkuts (la policía especial del régimen), este joven monástico cuenta que dichas campana no teñían desde 1.240, cuando doblaron para alertar al pueblo de Kiev de la invasión de los tártaros. Vaya paradoja, pues ahora suenan las campanas para sumir al pueblo ucraniano a un nuevo imperio. Queda borrada así, toda la historia de una nación, conformada por cientos de culturas y pueblos, con valores propios, valores como la libertad y la dignidad que tuvieron en 1.240 ante los tártaros.
 
Retórica igualitaria, retórica comunitaria.
Esta igualación de toda una nación bajo un ideal común, también se observa en la retórica de la solidaridad, la igualdad de clases, razas y credos. Uno observa como artistas famosos llevan ropas y enseres, como desde otras ciudades (e incluso desde otras partes de la ciudad, porque al sitiarse en la EuroPlaza, se auto-encierran del mundo) colaboran con alimentos y medicinas, cómo conviven clérigos de las diferentes religiones que hacen vida en la capital, e incluso como las diferencias de edades y hasta de rango militar, parecen borradas en pro de la lucha por Europa (digo, la libertad).
Y en donde hace mayor hincapié el filme, es el carácter civil de la protesta. Sin embargo, acá otra vez, los testimonios trabajan en contra. Poco a poco, con el pasar de los días, muchos militares retirados se unieron a la toma de la Plaza, y comenzaron a organizar a los civiles, como si de soldados de regimiento se tratase. Les enseñaron a defenderse a los morteros (y de ahí el uso de los escudos tan de moda hoy en Venezuela), organizaron brigadas: unas de a pie, otras tipo caballería (los auto-Maidán), otros en centro de comunicaciones, etc. Y hasta planificaron (en ocasiones con poco éxito) las incursiones fuera de la plaza, según las estrategias aprendidas en la academia. Civiles sí, pero bajo un estricto orden militar.

Organización, milicias, milicianos (frente al poder)

Todo esto: la retórica de igualdad, el carácter civil, los toques de patriotismo, etc; no son más que la retórica de la Comunidad Europea. Todas las naciones -borrando su nación pero preservando ciertas costumbres- se agrupan en un solo bloque. Bloque que defiende los intereses comunes (definidos por unos pocos), que tiene su propio brazo armado para la defensa del bloque (que no de las naciones, obviamente). Y que tiene una voz de mando: Alemania. Los demás, pasarán a ser pueblos de segunda o tercera. A Ucrania le queda el lugar de cuarto. Como bien lo dice un prelado de la iglesia, cuando creyendo que su sotana lo libraría de las balas, descubre que así no es: “Que le disparen a civiles; pero ya cuando se le dispara a hombre de iglesia, qué más se puede esperar”. Todos los animales son iguales, pero unos son más iguales que otros.
Todo lo anterior, la retórica del espectáculo y la retórica comunitaria, ya son suficientes argumentos para deslindar el Euro-Maidán de la situación que atraviesa Venezuela (y también para deslindar al documental, de su supuesta objetividad basada en las múltiples cámaras y testimonios). Sin embargo, hay un aspecto táctico resaltante y quizá, para los efectos ejemplarizantes que algunos vez en el filme, crucial.
 
Del centro y la periferia: una diferencia crucial.
La resistencia pro-europea de Maidán, fue efectivamente una resistencia. Miles de personas se congregaron en una plaza, en donde se auto-sitiaron en el centro emblemático de la ciudad y crearon barricadas y brigadas para protegerse de los ataques periféricos de los Berkust y luego de los titushki (mercenarios del mundo, unidos). Los llamados “escuderos de la libertad” (en algunos medios “escuderos de la resistencia”), que dicen inspirarse en los euro-maidaneses, están más bien en la periferia y tratando de tomar posesión del centro. Mientras que las (nada inocentes) fuerzas del orden, resisten desde un centro bastante ampliado, a los periféricos escuderos al acecho.
Ambos grupos comparten, huelga decirlo aunque es lamentable, sus propios titushki y también, cosa que el documental omite, sus propios partisanos extremistas. La creencia de que el EuroMadián fue anti-partidos no es del todo cierta (como se deja ver por ciertas banderas "sueltas"), por ciertas acciones “imprecisas” en la noche de los francotiradores (4) y como mejor lo ejemplifica, el presidente Poroshenko y sus alianzas postrevolución (5). 

La protesta y sus banderas.
 
Venezuela no es Ucrania. Pero lo que sí demuestra el documental de Netflix, es que el poder del cine-propaganda está cada día más vigente y no en vano, usa hoy el view on demand y las RRSS como su plataforma de difusión. Medios en donde las priman las emociones y los relatos basados en éstas, más que la reflexión y la investigación que demanda un cine políticamente comprometido.
Se hace necesario, dejar de buscar referentes y relatos fundacionales foráneos, periféricos. Se hace necesario también, (des)aprender a retratarnos: crear nuestras propias imágenes y en especial, nuestro propios discursos.

Notas:
(1) SCOTT , A. O. “Winter on Fire’: The View From the Trenches of a Political Uprising”, en The New York Times, 8/10/2015. Disponible en: https://nyti.ms/1LpGFwy. Acceso: 01/07/2015.
(2) SCOTT , A. O. “Winter on Fire’: The View From the Trenches of a Political Uprising”, en The New York Times, 8/10/2015. Disponible en: https://nyti.ms/1LpGFwy. Acceso: 01/07/2015.
(3) Wikipedia. Disponible en: https://es.wikipedia.org/wiki/Ucrania. Acceso: 06/07/2015.
(4) “Las manifestaciones antigubernamentales fueron aprovechadas por grupos neonazis, que ocuparon edificios en el centro de Kiev, incluyendo el edificio del Ministerio de Justicia, y llegaron a secuestrar a funcionarios públicos”. (Wikipedia, https://es.wikipedia.org/wiki/Ucrania). Acceso: 06/07/2015.
(5) Para conocer otras omisiones nada inocentes del documental, recomendamos leer Marín, Pedro, “Five things Netflix' documentary on Maidan doesn't tell you about Ukraine” en Off guardian, 30/10/2015. En:

lunes, 5 de junio de 2017

Si el que paga piensa, quién nos paga, quién nos piensa.

Si el que paga piensa, quién nos paga, quién nos piensa.
A propósito de los medios, los mediadores y los discursos.

I.- ¿Quién es el patrón?: ¿cuestión de propiedad o de discurso?
Creemos que debe haber medios de todo tipo: públicos, privados, mixtos, comunitarios, “independientes” (un a priori imposible, pero se hace el “como si”), etc. Pero nos preguntamos: la capacidad de visibilizar, de cierto acceso a la objetividad y a la información veraz, o a la cultura (y no al entretenimiento denigrante, que lamentablemente existe), ¿están más supeditados al propietario o al discurso que se emplea para comunicar?
La última revisión que hemos hecho tanto a medios nacionales como internacionales, nos confirman una vez más, que el problema es discursivo. Constatamos cómo en el caso informativo, todas la cadenas, sean públicas o privadas, se pliegan sin temor y hasta con regocijo, a los estándares del doble rasero, a los discursos clásicos colonizadores (incluso desde el propio colonizado), y siempre bajo égida de la división social: hay ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda. No importa a quién ponga a usted en el top list, la descalificación es la misma.
Igual pasa con la “televisión de entretenimiento”, que adopta las formas burdas de la narrativa que parten de asumir al espectador como “alguien que mira”, y que por ende no piensa. Clisés, chistes fáciles, todo transparencia. Y claro, con la sempiterna declaración: “Eso es lo que al público le gusta” (el rating como excusa, para culparnos a nosotros de su nula creatividad).
Si los informativos están al servicio de una sola verdad, que hacen inobjetable en nombre de unos ciudadanos que secuestran la ciudadanía de otros; los canales de entretenimiento están al servicio del escape fácil: “evada, olvide y no piense. Sobre todo, por favor no piense”. Al final, en ambos recae la misma lógica: la de la exposición. Las cámaras están ahí, para que el oportunista de turno se muestre, se exhiba. Después de todo, se sabe que los programas no son más que el relleno de la publicidad, sea ésta privada o propagandística. La libertad de expresión y creatividad, es sólo el libertinaje de la compra-venta.

II.- El doble rasero: lo extraordinario como práctica habitual.
Sin embargo, el problema no es sólo el medio, también lo es el mediador. Y acá entra en discusión el doble rasero presente tanto en los medios en sí, como en quienes los juzgan.
Creo que nadie puede negar, la indignación que nos produce este mundo en que vivimos: guerras justificadas en ideales vacíos y puestos al servicio del interés de turno; la cotidianización de la muerte como espectáculo; la precarización del sujeto; y un sentimiento generalizado de “pérdida de valores” (que pasa primero por asumir -una discusión pendiente- qué valores teníamos y cómo los perdimos luego). Pero indigna más, el cómo hablamos de este mundo a través del medio; es decir, bajo qué parámetros de legitimitad se enuncia el mediador [1].
En los tiempos de las “ideologías duras” (la Modernidad con todo su peso), dos criterios válidos eran la propiedad y el gentilicio -y se presuponía que ambos, sustentaban la tendencia político-ideológica-. Pero ahora, en fechas líquidas como diría Bauman, ya no importa si el medio informativo es público o privado; nacional o transnacional, monopólico u oligopólico, de izquierda o derecha, de arriba o abajo. Todos, sin exclusión, practican el doble rasero; tanto como los comunicadores “independientes” de las RRSS, quienes la ejercen hasta con orgullo. Una práctica que huelga decir, hemos bautizado con el eufemismo (sí, hasta yo) de “línea editorial”. Vaya pleonasmo.
En Berlín o Niza hay víctimas de atentados y se conmemoran minutos de silencio y los colores Benetton pueblan los cielos. En Kabul o Paquistán, aparece una gente muerta y es otro titular de relleno, sólo para telón de fondo de la foto de los mandatarios en Bruselas. En Brasilia o Buenaventura, las fuerzas militares atentan contra los pobladores; por otros lares, los agentes del orden preservan la paz. En algunos países, la sociedad civil reclama sus derechos secuestrados por el poder; en otros, los terroristas sitian las calles en busca de ese mismo poder. Hay huelgas válidas, justas reivindicaciones; mientras otras son manifestaciones de sabotaje al gobierno, un atentado contra el derecho laboral universal. Lo insólito del doble rasero en los medios, y como veremos, también en las expresiones individuales de las RRSS; es que colidan, como paisaje de tren a gran velocidad, uno junto al otro sin entrar en contradicción.

Esquizofrenia o bipolaridad, si tomamos como ejemplos algunos post de FaceBook (pero la psiquiatría también se le puede aplicar a las instituciones, como ya bien demostró Foucault [2]). Fíjese: una dama condena la violencia de género, mientras celebra detenciones arbitrarias en un lejano y desconocido país (¿le suena Eritrea?). Un militante anticolonizador (lector fanático de Fanon [3]), celebra la intervención de Rusia en Siria o en Crimea. Un acérrimo defensor de las libertades sexuales, llama maricones a los policías (y si puede, los manda a trabajar en Cultura). Una madre católica, apostólica y romana, venera como sacrificio la muerte de jóvenes en las calles, y hasta lo agradece (esto ni tan contradictorio es, porque está encarnando la figura mariana, pero vaya!). Los defensores de los afrodescendientes, llaman “negrx” a cualquier morenitx que piense diferente. El neoliberal que vendió Grecia al Deutsche Bank, se indigna con éste, por el oro venezolano. Y los anti FMI, aplauden la venta de territorios al Imperio Chino. Los verdes son más: Bayer compra a Mosanto, pero usted adora al Chicharito. ¡Viva México, cabrones!
Pero el rasero más maleable, propenso al missreading [4] y jartamente manoseado, es la eterna consigna en la que coinciden todxs, de que la única forma para llegar a la paz es la violencia en cualquiera de sus expresiones: literal, simbólica, física, psicológica, emocional, endorfínica, etc. Todxs son pacifistas a priori, olvidando que la paz es un concepto vago -y muy reciente- que se da por sentado y legítimo, sin tener una significación precisa. Aclaro: no estoy a favor de la violencia. El problema es justamente ése: que se asume que lo contrario a la paz es la violencia, cuando hay ejemplos en nuestro largo transitar por este planeta, de que no son antónimos literales. Pero esa discusión, será para otro artículo.
En el caso de los medios, uno puede decir que el que paga, piensa. Fácil: el dueño de los cobres, ordena la línea editorial. Necesario es preguntarnos a nuestro interior, cada vez que nos presentamos como mediadores en las RRSS (o en cualquier otro lugar expresivo personal, incluyéndome), quién nos paga para que pensemos así. Cuáles son esos cobres (obviamente no son dólares ni euros, no es material) y quién nos los abonó (aparte de los eternos culpables: tradición, familia y sociedad). Porque estamos cobrando intereses y también pagándolos.

III.- La mirada al revés.
Galenano casi tiene la razón. No se trata del mundo al revés; sino de nuestra interpretación sobre él. Una mirada acomodaticia, complaciente en muchos casos. Un mundo donde lo extraordinario (aceptar la domesticación de la mirada, siempre que ésta se pose sobre el otro) se ha vuelto cotidiano [5].
El doble rasero, hay que decirlo ya, es amoral. Porque detrás de su discurso están las complacencias al poder que compra y vende, a la ideología que subyuga; la categorización de derechos y ciudadanos en primera, segunda y hasta nula clase (¿piensa usted en un turco-chipriota como ciudadano, le suena un kurdo o un kosovar?); y la ceguera (premeditada o inconsciente) que alimenta la aniquilación del sujeto (dejando sólo la compasión como sentimiento, con las consecuencias que Zwieg ya nos relató tan bien [6]).



Llamamos a una verdadera revolución: la huelga mediática contra el patrón de turno, un apagón. Un poco demasiado de silencio necesario. Incluso yo, si he de renunciar a estas líneas.

Notas:
[
1] Un buen concepto de legitimidad, aplicado al tema que nos ocupa, puede ser revisado en la obra de Lyotard.
[2] Véase del autor francés, textos como Historia de la sexualidad, Historia de la locura, y Vigilar y castigar, entre otros.
[3] Consulte Los condenados de la tierra.
[4] Sobre el problema del missreading en literatura pueden consultarse los textos tanto Harold Bloom, como de Nortrop Frye.
[5] Un texto que recomiendo ampliamente, sobre le problema de las representaciones colonizador/colonizado (mirada domesticada/mirada domesticadora) es Multiculturalismo, cine y medios de comunicación: crítica del pensamiento eurocéntrico de Ella SOHAT y Robert STAM, (2002)., Barcelona: Paidós.
[6] La compasión y sus pecados y consecuencias, son el tema central de su novela La impaciencia del corazón.



domingo, 21 de mayo de 2017

De lo simbólico a lo literal: la muerte del sujeto.

1.-Sobre la violencia simbólica.

Los sistemas simbólicos tienen la capacidad de violentar al Otro e incluso, generar confrontaciones a gran escala. Las palabras, las imágenes, todo sistema que representa a un objeto o sujeto, a través de su sustitución, bien puede servir para otros fines, más allá de la acción de nombrarlo en ausencia.

Por eso las luchas de grupos como las feministas, que reclaman las formas de visibilización de cierto arquetipo femenino; o los innumerables juicios contra Benetton, quien en nombre de la diversidad (pues su marca es la multiplicidad de colores), subyuga y convierte en razas exóticas publicitarias, a gran parte de los habitantes del planeta (dando por sentado, que sólo los WASP, merecen escapar de tal objetivación).

Hoy, los sujetos somos ya conscientes de que la violencia simbólica es la marginalización del Otro -que bien puedo ser Yo- hasta el punto de hacerlo invisible, y por ende inexistente. Ejemplos hay muchos: desde la estrella de David como símbolo de la precarización de la ciudadanía: los judíos (también los gitanos, por cierto) como una “raza” inferior, que por ende no estaba sujeta a los derechos de la Humanidad; hasta las grandes vallas publicitarias de Estambul, estratégicamente colocadas frente a las iglesias católicas, y que disimulan en un estado que se dice laico, el silencio que se aplica sobre aquellos que no son musulmanes.

Cuando con la violencia simbólica desaparecemos a quien no nos gusta o incomoda (siempre poder de por medio); estamos en el preámbulo de su efectiva erradicación física. No nos referimos sólo al exterminio premeditado como en las guerras que aún se libran. Nos referimos al exterminio de nuestra condición de sujetos de derecho, con conciencia plena del ejercicio de la diferencia. Y el disenso. En una sociedad donde  el “Te veo, luego existes” es la norma, la no presencia o la distorsión de la misma; es la aniquilación del sujeto. Y si no existo, no tengo derecho alguno. Comenzando por el derecho mismo de reclamar mi existencia.

Por esto, cuando un medio de comunicación, partido político, ONG, o cualquier otro actor social que se dice representante de esos derechos, suprime a voluntad la existencia del Otro; no está más que violentando los derechos que dice defender. Y acá es importante acotar, que los derechos no se representan, se ejercen.

Tan nefastas como la violencia física, son la defenestración, la invisibilización total o parcial, la no representación justa, la anulación, la evasión del conflicto y las narrativas del espectáculo. Lamentablemente, todas estas expresiones son las que pululan hoy, no sólo por las RRSS; sino que se han convertido en la práctica regular de los medios de comunicación privados y oficiales.

Es urgente el cese de la violencia simbólica. Ya Truffaut nos advirtió que a 451° F se que queman los libros, y con ellos, la libertad de imaginación y pensamiento. Hoy ya sabemos, que en 1080p ó 140 caracteres, se asesinan sujetos y ciudadanos.

2.- El fin del símbolo: la muerte (literal) del sujeto.

Sin embargo, en pocos días, como un movimiento desesperado (y quizá algo esquizofrénico), hemos asistido con asombro freudiano, a la muerte del símbolo, de la metáfora. Incluso aquellos que nos invisibilizaban. Un “Adiós al lenguaje” tajante. Lenguaje(s) que nos hace(n) humanos, -quizá demasiado- pensantes y que evita(n) -en algunos casos- la muerte como cotidianidad.

El lenguaje -como dijimos, es uno de los procesos con los sustituimos cierta acción o sujeto concretos, por su representación. Es la presencia de una ausencia; y bien puede funcionar para los exorcismos del alma. Quemamos figuras como metáforas de Judas; exorcizando nuestros demonios y sublimando el deseo de quemar al ser real. Mismo efecto en la comunión cristiana: el vino y el pan, como la sangre y el cuerpo de Cristo. Gracias a estas formas, construimos sistemas que nos permiten, no sólo la generación de abstracciones como el pensamiento y el tiempo; sino el abandono de lo literal y la inmediatez. Porque lo literal, la cosa en sí misma, no tiene tiempo: sin pasado ni futuro. Sólo presencia, presente. El ahora permanente, YA!; que agota no sólo mentalmente, sino también nuestro aspecto físico (los neurólogos y demás, explicarán mejor este fenómeno).

Y aún a sabiendas de esto, pues es una práctica común en nuestro día a día, amanecemos convocados a una marcha de puputov. Neologismo criollo para designar una molotv hecha de mierda (SIC). De nuestra propia mierda. Adiós a los siglos de progreso que nos llevaron a ocultar tanto el hecho de cagar, como a la mierda en sí misma. Un hecho que se consideró un avance hacia eso que llamamos ser humano y social.

Pero lo literal no está solo en las puputov. Por siglos, los aparejos de represión también tenían un funcionamiento simbólico. Desde las rejas y muros (hoy tan de moda), hasta las ballenas y tanquetas de los policías; su sola presencia ya indicaban que unx estaba cerca de algo prohibido (que la prohibición sea legal o no, es otra cuestión. Como símbolo, funciona). Pero cuando la ballena o tanqueta arremete con sus toneladas de peso, sobre los cuerpos de sujetos que si acaso llegan a los 100 kilos; también hemos entrado en el terreno de lo literal.

¿Y que queda luego de lo literal? Nada. Ya no habrá metáfora que satisfaga nuestro deseo inmediato. Como el infante: debe tragar y tragar más mierda, buscando sólo la satisfacción del ahora. Sin tiempo, sin sistema simbólico, sin puente con el Otro; porque el Otro NO existe. Soy yo y mi violencia onanista sin sublimación.

No es casual entonces, que las consignas remitan siempre al YA, al presente eterno de la satisfacción en la destrucción del Otro. No hay discurso o símbolo alguno, que remita a un futuro, que plantee un plan posterior a la mierda o a las lacrimógenas. Tan sólo un país siempre en gerundio: luchando, resistiendo, combatiendo, bailando, etc...

No hay nada peor que la literalidad. Porque después de ella sólo queda Saló y si acaso, 120 días. Hoy llevamos 50.



Al decirle adiós al lenguaje, definitivamente le hemos dado muerte al sujeto. Y de manera literal.

PD 1: algunas recomendaciones para entender desde la literatura la realidad que vivimos: La larga Marcha (Stephen King); Ante el dolor de los demás (Susan Sontag), Ensayo sobre la ceguera y Ensayo sobre la lucidez (Saramago), Los desalmados (Daniel Lapazano).
En el caso del cine, véase Saló o los 120 días de Sodoma (Passolini, a quien no casualmente lo asesinaron pasándole al menos tres veces, un auto sobre su cuerpo), Adiós al lenguaje (Godard), Farenheit 451 (Truffaut), La cinta blanca (Michael Haneke).

PD 2: De nuevo no hemos colocado fotografías de los eventos relatados por decisión propia (con excepción de la que consideramos habla de nuestro futuro). En este caso, para evitar caer en el juego de la no representación justa. No se trata de invisiblizar. Se trata evitar la violencia simbólica y la literalidad (paradójicamente presentes en una misma imagen-situación)

miércoles, 17 de mayo de 2017

Treblinka: paréntesis cinematográfico para seguir hablando de Venezuela.



I.- El filme: Treblinka, Sérgio Tréfaut. Portugal, 2016.

Cuando viajas con alguien... siempre tiendes a mirar lo que te rodea con extrañeza mientras que, cuando viajas solo, el extraño siempre eres tú”.
Enrique Vila-Matas.

Todo está sucediendo otra vez...

Vamos rumbo al Este, ese temido Este que tiene como punto de origen, el muro que separó al territorio alemán. Es un viaje lento, pausado, que pareciera no tener fin, aunque su fin está ya encerrado en sus vagones. Vamos hacia Treblinka. Una Treblinka que pareciera quedar, incluso más allá de los Cárpatos, mucho más allá. Porque es un viaje hacia la muerte. Un viaje lento, pausado, con un definitivo final. 

Es un tren habitado por fantasmas. Seres desnudos, porque para morir no hacen falta las ropas. Ni tampoco hacen falta éstas, en el más allá de la frontera del horror. A través de las empañadas ventanas del vagón, porque es un viaje de invierno, sólo vemos estaciones vacías, quizá con algún paseante que desconoce la carga que dicho tren porta en su interior. 
 
Pero ahí, junto a los fantasmas, se encuentra una elegante mujer. Una que regresó del horror y ahora emprende el retorno, para recordar y reconocerse en sus compañeros de ruta. Y junto a ella, viaja una voz, la voz de otro ser que sobrevivió a los viajes: al de ida y al de regreso. Ella es Marceline Loridan-Ivens, la viuda de Jori Ivens, quien sobrevivió a los trabajos forzados en Birkenau. Él en cambio, es uno de esos pocos que no sólo lograron sobrevivir en Treblinka; sino que además, se fugaron en una acción sin precedentes en los campos de concentración polacos. Su nombre es Chil Rajchman, quien recogió su dolor y tormento, en el libro Treblinka: a survivor’s memory (Je suis le dernier juif, en francés). A estos testimonios, el director de origen brasileño, sumó las confesiones de Frank Stangl -el jefe a cargo de Treblinka- recopiladas en forma de entrevistas por Gitte Sereny en Into That Darkness.

Para evitar “el turismo del holocausto”, que infesta los trenes que desde el Oeste parten hacia Polonia, y para evitar caer en la banalización de las imágenes del horror (una banalización que muy explica Susan Sontag en Ante el dolor de los demás), Tréfaut opta por el ensayo-autobiográfico como forma para narrar la historia de millones de judíos (pero no sólo ellos), que fueron exterminados por un poder ciego, pero sobre todo, temeroso del otro. Para el director “la palabras pueden ser más fuertes que las imágenes”. 
 
Por esta razón, Tréfaut opta por una imagen cerrada sobre sí misma: el interior del tren, donde habitan cuerpos sin identidad ni dignidad alguna, como sus viajeros de la época. Y a ellos, a ese espacio cerrado que es metáfora de las fosas comunes a dónde serían arrojados; les superpone una voz en off, que nos narra cómo sobrevivió ese hombre que pudo ser otro; y que de hecho, ahora lo es. 
 
El tren se convierte entonces, en las páginas de un diario. Los cuerpos desnudos, en los miles de compatriotas que no sólo vio morir, sino que ayudó en su ejecución. Quizá por eso lo acompañan en este tránsito. Por llevar sus vidas a cuestas.

Uno de los momentos más duros de la confesión, y que el tono monocromático de la voz en off lo hace parecer un retahíla sin fin ni finalidad; es cuando el entonces prisionero, descubre que para sobrevivir, necesita de la llegada de otro tren y de otro y de otro, cargados de judíos que no pasaban más un día sin entrar en las cámaras de gas. Porque Chil, que bien pudo llamarse Hermann o Joseph; era uno de los prisioneros trabajadores del campo. La maquinaria nazi, utilizaba a los mismos judíos para la manutención del campo. Ellos eran barberos, seleccionaban las ropas utilizables, cargaban los cuerpos a las fosas comunes, y extraían los dientes de oro que enriquecían las arcas de la SS, la Gestapo y toda la maquinaria mortuoria. Así que para su subsistencia, necesitaba la llegada de los trenes. Y una tarde, no llegó tren alguno. Y Chil sabía que eso significaba, convertirse en un ser prescindible. En un muerto más. Por lo que, contra todos sus valores y solidaridades; suplicó por la llegada de un nuevo tren. Lamentablemente para muchos, sus deseos se cumplieron. 
 
El tren hacia Treblinka es una metáfora del viaje que algunos emprendieron sin retorno; y que otros, han tomado de vuelta para evitar el olvido y darse cuenta de que son seres extraños: extraños por sobrevivir, extraños por hacerlo a costa de sus compatriotas sin rostro, sin nombres (Treblinka es uno de esos campos que, dada la rapidez con la que se llevaban a cabo las ejecuciones -un prisionero no pasaba más de un día sin ser enviado a las cámaras de gas-; y del hecho de que en los trenes, ya la mitad de sus pasajeros, o bien habían muerto, o se habían suicidado al tener la certeza de su destino; ha sido muy difícil no digamos identificar los nombres de sus víctimas, sino incluso contabilizarlas). 
 
Pero por sobre todas las cosas, Treblinka se constituye en un relato biográfico. Y juega con las licencias que toda biografía digna de ese nombre, tiene a su disposición: el yo que escribe, no es el mismo que es escrito (piense en Kafka y en K.); los hechos que se relatan, no son los que de verdad nos ocurrieron, sino la forma en los recordamos (recuerde a Walser); y el sujeto narrado, no es único, sino polivalente (¿cómo hemos de nombrar a Pessoa?). 
 
Treblinka entonces, no es un lugar, no es el relato de algún sobreviviente. Es un viaje en tren lento, pausado, donde la extrañeza no está en lo que el velo invernal nos deja ver o nos oculta; sino en nosotros, esos seres desnudos, que lo habitamos y lo hacemos real, junto a sonido de lo rieles sobre la nieve. 

La larga marcha.
 

II.- Un año después: Venezuela
Hoy revivo este nota ya publicada tiempo atrás, y recuerdo de nuevo esta pieza audiovisual; porque la historia de Chil, cada día se parece más a la nuestra. La de nosotrxs lxs venezolanxs de 2017. Incluso hasta en la dirección del tren: el este, ese temido Este caraqueño.
¿Por qué? Porque Chil nos declara, abiertamente y asumiendo lo terrible de sus deseos, que la frontera entre víctima y victimario es temporal y vana. Que una vez puesta a rodar la maquinaria de la violencia, todos seremos arrollados por ese tren. Un tren que va a mucha más velocidad que los trenes hacia Polonia. 
 
Un tren que pasa delante de la vista de muchos, que bajan la mirada, que no hablan sobre su conocimiento de la carga que transportan. Que niegan la realidad de sus pasajeros y ocultan en la bruma el nombre de la estación final. Que son cómplices, incluso a sabiendas que mañana, quizá sean ellos mismos los próximos pasajeros.

Porque se trata -siempre- del Otro. De traspasar tu terror, tu miedo, tus actos y sus consecuencias y tus responsabilidades, al Otro. El primer campo de concentración Nazi, estuvo en Alemania. Fue construido para asesinar a los comunistas, que eran la piedra de tranca de Hitler para tener la mayoría total en el Parlamento (mucho antes del comienzo de la WWII).

Pero después, su inteligencia (no hay que negársela, eso sería muy inocente) lo llevó a mudar la fábrica del exterminio (recuerden que Ford fue su amigo, asesor y financista y le ayudó en hacer de la muerte una fábrica: obreros, patronos, horarios estrictos y hasta normas de higiene) hacia más allá de sus -para entonces- fronteras. Le cargó al Otro, a los polacos, a Polonia misma; la destrucción de la propia Polonia.
 
Pero no se piense sólo en Hitler y en el partido Nacional Socialista. Piense también en la actitud similar asumida por los aliados al final de la guerra: repartición de la zona en pequeños territorios “propiedad de”. Así cada aliado, dejaba del otro lado de la frontera, la operatividad de la respectiva cuota de la maquinaria de la muerte que siguió funcionando. 
 
Nuestra Caracas de hoy no tiene un Check Point Charly tan glamoroso y multilingüe como el de Berlín. Y sin embargo, está dividida. 

Un conteiner que separa: ¿qué podría contener?
  
Y estamos todos viajando en ese tren hacia Treblinka.

Es necesario entonces, que actuemos con la valentía Chil: que aceptemos nuestras sombras y que sea a través de un gesto de reconciliación con nuestro propio ser; que comencemos por perdonarnos y luego.... luego a crear un relato donde todxs tengamos cabida.

No se pide perdón ciego. Tampoco revanchismo. Ambas cosas han demostrado ser infructuosas. 
 
Se pide, y por necesidad, reconocer nuestras acciones y los relatos que las legitimaron en determinado momento (incluyendo los relatos creados por nosotros mismos). Porque la legitimidad es como la dualidad víctima-victimario, temporal. Las narrativas que hoy legitima ciertas acciones; mañana caerán en desuso y hasta actuarán en contra. Por lo que se trata de asumir la construcción temporal de ciertas motivaciones y justificaciones; y buscar en el terreno de lo simbólico un relato, quizá no de tipo fundacional (como la Bildungsroman alemana), pero que al menos siente las bases para la construcción de una sociedad posible. De una utopía, entendiendo por ésta, el campo de la potencialidad: aquello que cada sujeto, cada grupo social posee y que es factible de ser. Evitando por supuesto, los impulsos que nos llevan de lo utópico a lo distópico.