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La autonomía del comer. Sobre Candy Bar.

La autonomía del comer. Sobre Candy Bar , el más reciente documental de Alejandra Szeplaki.  Candy Bar , Alejandra Szeplaki, 2018 ...

domingo, 21 de mayo de 2017

De lo simbólico a lo literal: la muerte del sujeto.

1.-Sobre la violencia simbólica.

Los sistemas simbólicos tienen la capacidad de violentar al Otro e incluso, generar confrontaciones a gran escala. Las palabras, las imágenes, todo sistema que representa a un objeto o sujeto, a través de su sustitución, bien puede servir para otros fines, más allá de la acción de nombrarlo en ausencia.

Por eso las luchas de grupos como las feministas, que reclaman las formas de visibilización de cierto arquetipo femenino; o los innumerables juicios contra Benetton, quien en nombre de la diversidad (pues su marca es la multiplicidad de colores), subyuga y convierte en razas exóticas publicitarias, a gran parte de los habitantes del planeta (dando por sentado, que sólo los WASP, merecen escapar de tal objetivación).

Hoy, los sujetos somos ya conscientes de que la violencia simbólica es la marginalización del Otro -que bien puedo ser Yo- hasta el punto de hacerlo invisible, y por ende inexistente. Ejemplos hay muchos: desde la estrella de David como símbolo de la precarización de la ciudadanía: los judíos (también los gitanos, por cierto) como una “raza” inferior, que por ende no estaba sujeta a los derechos de la Humanidad; hasta las grandes vallas publicitarias de Estambul, estratégicamente colocadas frente a las iglesias católicas, y que disimulan en un estado que se dice laico, el silencio que se aplica sobre aquellos que no son musulmanes.

Cuando con la violencia simbólica desaparecemos a quien no nos gusta o incomoda (siempre poder de por medio); estamos en el preámbulo de su efectiva erradicación física. No nos referimos sólo al exterminio premeditado como en las guerras que aún se libran. Nos referimos al exterminio de nuestra condición de sujetos de derecho, con conciencia plena del ejercicio de la diferencia. Y el disenso. En una sociedad donde  el “Te veo, luego existes” es la norma, la no presencia o la distorsión de la misma; es la aniquilación del sujeto. Y si no existo, no tengo derecho alguno. Comenzando por el derecho mismo de reclamar mi existencia.

Por esto, cuando un medio de comunicación, partido político, ONG, o cualquier otro actor social que se dice representante de esos derechos, suprime a voluntad la existencia del Otro; no está más que violentando los derechos que dice defender. Y acá es importante acotar, que los derechos no se representan, se ejercen.

Tan nefastas como la violencia física, son la defenestración, la invisibilización total o parcial, la no representación justa, la anulación, la evasión del conflicto y las narrativas del espectáculo. Lamentablemente, todas estas expresiones son las que pululan hoy, no sólo por las RRSS; sino que se han convertido en la práctica regular de los medios de comunicación privados y oficiales.

Es urgente el cese de la violencia simbólica. Ya Truffaut nos advirtió que a 451° F se que queman los libros, y con ellos, la libertad de imaginación y pensamiento. Hoy ya sabemos, que en 1080p ó 140 caracteres, se asesinan sujetos y ciudadanos.

2.- El fin del símbolo: la muerte (literal) del sujeto.

Sin embargo, en pocos días, como un movimiento desesperado (y quizá algo esquizofrénico), hemos asistido con asombro freudiano, a la muerte del símbolo, de la metáfora. Incluso aquellos que nos invisibilizaban. Un “Adiós al lenguaje” tajante. Lenguaje(s) que nos hace(n) humanos, -quizá demasiado- pensantes y que evita(n) -en algunos casos- la muerte como cotidianidad.

El lenguaje -como dijimos, es uno de los procesos con los sustituimos cierta acción o sujeto concretos, por su representación. Es la presencia de una ausencia; y bien puede funcionar para los exorcismos del alma. Quemamos figuras como metáforas de Judas; exorcizando nuestros demonios y sublimando el deseo de quemar al ser real. Mismo efecto en la comunión cristiana: el vino y el pan, como la sangre y el cuerpo de Cristo. Gracias a estas formas, construimos sistemas que nos permiten, no sólo la generación de abstracciones como el pensamiento y el tiempo; sino el abandono de lo literal y la inmediatez. Porque lo literal, la cosa en sí misma, no tiene tiempo: sin pasado ni futuro. Sólo presencia, presente. El ahora permanente, YA!; que agota no sólo mentalmente, sino también nuestro aspecto físico (los neurólogos y demás, explicarán mejor este fenómeno).

Y aún a sabiendas de esto, pues es una práctica común en nuestro día a día, amanecemos convocados a una marcha de puputov. Neologismo criollo para designar una molotv hecha de mierda (SIC). De nuestra propia mierda. Adiós a los siglos de progreso que nos llevaron a ocultar tanto el hecho de cagar, como a la mierda en sí misma. Un hecho que se consideró un avance hacia eso que llamamos ser humano y social.

Pero lo literal no está solo en las puputov. Por siglos, los aparejos de represión también tenían un funcionamiento simbólico. Desde las rejas y muros (hoy tan de moda), hasta las ballenas y tanquetas de los policías; su sola presencia ya indicaban que unx estaba cerca de algo prohibido (que la prohibición sea legal o no, es otra cuestión. Como símbolo, funciona). Pero cuando la ballena o tanqueta arremete con sus toneladas de peso, sobre los cuerpos de sujetos que si acaso llegan a los 100 kilos; también hemos entrado en el terreno de lo literal.

¿Y que queda luego de lo literal? Nada. Ya no habrá metáfora que satisfaga nuestro deseo inmediato. Como el infante: debe tragar y tragar más mierda, buscando sólo la satisfacción del ahora. Sin tiempo, sin sistema simbólico, sin puente con el Otro; porque el Otro NO existe. Soy yo y mi violencia onanista sin sublimación.

No es casual entonces, que las consignas remitan siempre al YA, al presente eterno de la satisfacción en la destrucción del Otro. No hay discurso o símbolo alguno, que remita a un futuro, que plantee un plan posterior a la mierda o a las lacrimógenas. Tan sólo un país siempre en gerundio: luchando, resistiendo, combatiendo, bailando, etc...

No hay nada peor que la literalidad. Porque después de ella sólo queda Saló y si acaso, 120 días. Hoy llevamos 50.



Al decirle adiós al lenguaje, definitivamente le hemos dado muerte al sujeto. Y de manera literal.

PD 1: algunas recomendaciones para entender desde la literatura la realidad que vivimos: La larga Marcha (Stephen King); Ante el dolor de los demás (Susan Sontag), Ensayo sobre la ceguera y Ensayo sobre la lucidez (Saramago), Los desalmados (Daniel Lapazano).
En el caso del cine, véase Saló o los 120 días de Sodoma (Passolini, a quien no casualmente lo asesinaron pasándole al menos tres veces, un auto sobre su cuerpo), Adiós al lenguaje (Godard), Farenheit 451 (Truffaut), La cinta blanca (Michael Haneke).

PD 2: De nuevo no hemos colocado fotografías de los eventos relatados por decisión propia (con excepción de la que consideramos habla de nuestro futuro). En este caso, para evitar caer en el juego de la no representación justa. No se trata de invisiblizar. Se trata evitar la violencia simbólica y la literalidad (paradójicamente presentes en una misma imagen-situación)

miércoles, 17 de mayo de 2017

Treblinka: paréntesis cinematográfico para seguir hablando de Venezuela.



I.- El filme: Treblinka, Sérgio Tréfaut. Portugal, 2016.

Cuando viajas con alguien... siempre tiendes a mirar lo que te rodea con extrañeza mientras que, cuando viajas solo, el extraño siempre eres tú”.
Enrique Vila-Matas.

Todo está sucediendo otra vez...

Vamos rumbo al Este, ese temido Este que tiene como punto de origen, el muro que separó al territorio alemán. Es un viaje lento, pausado, que pareciera no tener fin, aunque su fin está ya encerrado en sus vagones. Vamos hacia Treblinka. Una Treblinka que pareciera quedar, incluso más allá de los Cárpatos, mucho más allá. Porque es un viaje hacia la muerte. Un viaje lento, pausado, con un definitivo final. 

Es un tren habitado por fantasmas. Seres desnudos, porque para morir no hacen falta las ropas. Ni tampoco hacen falta éstas, en el más allá de la frontera del horror. A través de las empañadas ventanas del vagón, porque es un viaje de invierno, sólo vemos estaciones vacías, quizá con algún paseante que desconoce la carga que dicho tren porta en su interior. 
 
Pero ahí, junto a los fantasmas, se encuentra una elegante mujer. Una que regresó del horror y ahora emprende el retorno, para recordar y reconocerse en sus compañeros de ruta. Y junto a ella, viaja una voz, la voz de otro ser que sobrevivió a los viajes: al de ida y al de regreso. Ella es Marceline Loridan-Ivens, la viuda de Jori Ivens, quien sobrevivió a los trabajos forzados en Birkenau. Él en cambio, es uno de esos pocos que no sólo lograron sobrevivir en Treblinka; sino que además, se fugaron en una acción sin precedentes en los campos de concentración polacos. Su nombre es Chil Rajchman, quien recogió su dolor y tormento, en el libro Treblinka: a survivor’s memory (Je suis le dernier juif, en francés). A estos testimonios, el director de origen brasileño, sumó las confesiones de Frank Stangl -el jefe a cargo de Treblinka- recopiladas en forma de entrevistas por Gitte Sereny en Into That Darkness.

Para evitar “el turismo del holocausto”, que infesta los trenes que desde el Oeste parten hacia Polonia, y para evitar caer en la banalización de las imágenes del horror (una banalización que muy explica Susan Sontag en Ante el dolor de los demás), Tréfaut opta por el ensayo-autobiográfico como forma para narrar la historia de millones de judíos (pero no sólo ellos), que fueron exterminados por un poder ciego, pero sobre todo, temeroso del otro. Para el director “la palabras pueden ser más fuertes que las imágenes”. 
 
Por esta razón, Tréfaut opta por una imagen cerrada sobre sí misma: el interior del tren, donde habitan cuerpos sin identidad ni dignidad alguna, como sus viajeros de la época. Y a ellos, a ese espacio cerrado que es metáfora de las fosas comunes a dónde serían arrojados; les superpone una voz en off, que nos narra cómo sobrevivió ese hombre que pudo ser otro; y que de hecho, ahora lo es. 
 
El tren se convierte entonces, en las páginas de un diario. Los cuerpos desnudos, en los miles de compatriotas que no sólo vio morir, sino que ayudó en su ejecución. Quizá por eso lo acompañan en este tránsito. Por llevar sus vidas a cuestas.

Uno de los momentos más duros de la confesión, y que el tono monocromático de la voz en off lo hace parecer un retahíla sin fin ni finalidad; es cuando el entonces prisionero, descubre que para sobrevivir, necesita de la llegada de otro tren y de otro y de otro, cargados de judíos que no pasaban más un día sin entrar en las cámaras de gas. Porque Chil, que bien pudo llamarse Hermann o Joseph; era uno de los prisioneros trabajadores del campo. La maquinaria nazi, utilizaba a los mismos judíos para la manutención del campo. Ellos eran barberos, seleccionaban las ropas utilizables, cargaban los cuerpos a las fosas comunes, y extraían los dientes de oro que enriquecían las arcas de la SS, la Gestapo y toda la maquinaria mortuoria. Así que para su subsistencia, necesitaba la llegada de los trenes. Y una tarde, no llegó tren alguno. Y Chil sabía que eso significaba, convertirse en un ser prescindible. En un muerto más. Por lo que, contra todos sus valores y solidaridades; suplicó por la llegada de un nuevo tren. Lamentablemente para muchos, sus deseos se cumplieron. 
 
El tren hacia Treblinka es una metáfora del viaje que algunos emprendieron sin retorno; y que otros, han tomado de vuelta para evitar el olvido y darse cuenta de que son seres extraños: extraños por sobrevivir, extraños por hacerlo a costa de sus compatriotas sin rostro, sin nombres (Treblinka es uno de esos campos que, dada la rapidez con la que se llevaban a cabo las ejecuciones -un prisionero no pasaba más de un día sin ser enviado a las cámaras de gas-; y del hecho de que en los trenes, ya la mitad de sus pasajeros, o bien habían muerto, o se habían suicidado al tener la certeza de su destino; ha sido muy difícil no digamos identificar los nombres de sus víctimas, sino incluso contabilizarlas). 
 
Pero por sobre todas las cosas, Treblinka se constituye en un relato biográfico. Y juega con las licencias que toda biografía digna de ese nombre, tiene a su disposición: el yo que escribe, no es el mismo que es escrito (piense en Kafka y en K.); los hechos que se relatan, no son los que de verdad nos ocurrieron, sino la forma en los recordamos (recuerde a Walser); y el sujeto narrado, no es único, sino polivalente (¿cómo hemos de nombrar a Pessoa?). 
 
Treblinka entonces, no es un lugar, no es el relato de algún sobreviviente. Es un viaje en tren lento, pausado, donde la extrañeza no está en lo que el velo invernal nos deja ver o nos oculta; sino en nosotros, esos seres desnudos, que lo habitamos y lo hacemos real, junto a sonido de lo rieles sobre la nieve. 

La larga marcha.
 

II.- Un año después: Venezuela
Hoy revivo este nota ya publicada tiempo atrás, y recuerdo de nuevo esta pieza audiovisual; porque la historia de Chil, cada día se parece más a la nuestra. La de nosotrxs lxs venezolanxs de 2017. Incluso hasta en la dirección del tren: el este, ese temido Este caraqueño.
¿Por qué? Porque Chil nos declara, abiertamente y asumiendo lo terrible de sus deseos, que la frontera entre víctima y victimario es temporal y vana. Que una vez puesta a rodar la maquinaria de la violencia, todos seremos arrollados por ese tren. Un tren que va a mucha más velocidad que los trenes hacia Polonia. 
 
Un tren que pasa delante de la vista de muchos, que bajan la mirada, que no hablan sobre su conocimiento de la carga que transportan. Que niegan la realidad de sus pasajeros y ocultan en la bruma el nombre de la estación final. Que son cómplices, incluso a sabiendas que mañana, quizá sean ellos mismos los próximos pasajeros.

Porque se trata -siempre- del Otro. De traspasar tu terror, tu miedo, tus actos y sus consecuencias y tus responsabilidades, al Otro. El primer campo de concentración Nazi, estuvo en Alemania. Fue construido para asesinar a los comunistas, que eran la piedra de tranca de Hitler para tener la mayoría total en el Parlamento (mucho antes del comienzo de la WWII).

Pero después, su inteligencia (no hay que negársela, eso sería muy inocente) lo llevó a mudar la fábrica del exterminio (recuerden que Ford fue su amigo, asesor y financista y le ayudó en hacer de la muerte una fábrica: obreros, patronos, horarios estrictos y hasta normas de higiene) hacia más allá de sus -para entonces- fronteras. Le cargó al Otro, a los polacos, a Polonia misma; la destrucción de la propia Polonia.
 
Pero no se piense sólo en Hitler y en el partido Nacional Socialista. Piense también en la actitud similar asumida por los aliados al final de la guerra: repartición de la zona en pequeños territorios “propiedad de”. Así cada aliado, dejaba del otro lado de la frontera, la operatividad de la respectiva cuota de la maquinaria de la muerte que siguió funcionando. 
 
Nuestra Caracas de hoy no tiene un Check Point Charly tan glamoroso y multilingüe como el de Berlín. Y sin embargo, está dividida. 

Un conteiner que separa: ¿qué podría contener?
  
Y estamos todos viajando en ese tren hacia Treblinka.

Es necesario entonces, que actuemos con la valentía Chil: que aceptemos nuestras sombras y que sea a través de un gesto de reconciliación con nuestro propio ser; que comencemos por perdonarnos y luego.... luego a crear un relato donde todxs tengamos cabida.

No se pide perdón ciego. Tampoco revanchismo. Ambas cosas han demostrado ser infructuosas. 
 
Se pide, y por necesidad, reconocer nuestras acciones y los relatos que las legitimaron en determinado momento (incluyendo los relatos creados por nosotros mismos). Porque la legitimidad es como la dualidad víctima-victimario, temporal. Las narrativas que hoy legitima ciertas acciones; mañana caerán en desuso y hasta actuarán en contra. Por lo que se trata de asumir la construcción temporal de ciertas motivaciones y justificaciones; y buscar en el terreno de lo simbólico un relato, quizá no de tipo fundacional (como la Bildungsroman alemana), pero que al menos siente las bases para la construcción de una sociedad posible. De una utopía, entendiendo por ésta, el campo de la potencialidad: aquello que cada sujeto, cada grupo social posee y que es factible de ser. Evitando por supuesto, los impulsos que nos llevan de lo utópico a lo distópico. 

 


sábado, 6 de mayo de 2017

Notas sobre Venezuela, abril y sus representaciones visuales.


Detenido.
No sé dónde más un hecho que estoy detenido.
¿Vivo?
Funciono y ya es mucho.
Rafael Cadenas.

Abril rebelde. Un mes que comenzó con convocatorias a marchas y concentraciones de los dos polos políticos del país, he dejado el lamentable saldo de 36 víctimas (por ahora). Lo que en un principio se suponía era la movilización ciudadana para la reivindicación de logros y la exigencia de derechos; se convirtió en un cementerio. Pero también en un festín. El macabro festín de la muerte.
Pero tal festejo, tal sacrificio humano, ha tenido como escenario a los medios de comunicación y muy especialmente a las RRSS. Las calles, que se suponen las principales protagonistas, el escenario de la vida en sociedad, el lugar de tránsito y hábitat humano; han sido desplazadas por la autopista de las imágenes (autorreferenciales) que visibilizando a unxs, invisibilizan al Otrx. Un territorio donde no hay ganador, porque la muerte y la violencia nunca podrán enarbolarse como victoria. 


La vida on/vida off (line)
- ¿Fuiste a la marcha?
.- Claro, ¿no viste mi selfie?

Una de las primeras manifestaciones sociales de las marchas/concentraciones y que aún sigue vigente, ha sido el selfie, la nueva huella de la presencia, del estar ahí (que no del ser). No importa cuán fuera de foco, o si sólo capta un cuerpo fragmentado. Esa imagen, autorreferencial, que me sitúa al mismo tiempo que me borra, no es más que el abandono del mundo real. La protesta o reivindicación, pasa de la calle al FB, al tuiter, al instagram; donde es tal la circulación de imágenes iguales (porque el selfie tiene una estética homogeneizada, una pose presupuesta y necesaria para ser legítima), que es imposible ya distinguir un rostro de otro. Más con las máscaras prediseñadas de dichas redes, donde por ejemplo, sobrepones la bandera de Venezuela a tu rostro.
Se diría que el Yo muere, a favor de un nosotros unificado por un objetivo común. Sin embargo, lo que al final se impone es un régimen de juegos de retirada, donde se inserta mi vida personal y mi opinión -el pie de página del selfie es vital para darle significación- en un mundo de actualidad comentada. No piense, digite.
Sin embargo, cosa no poco curiosa, el selfie causa indignación. Recordemos los ejemplos de la joven abogado quien se retrató según la ocasión y el destinatario; y al funcionario de la Guardia Nacional, quien hizo lo propio ante una guarimba. La crítica fue la misma: estuvieron allí sino sólo para posar ante las cámaras. Efectivamente, es una afirmación que los une e iguala.
Con el implosión de las RRSS, vivimos ahora una nueva subjetividad que se construye en esa área de no ser, donde lo que funciona es la imagen homogénea de mí, la construcción de mi identidad gracias a un archivo de estereotipos dominantes: la misma pose, el mismo escenario. Se vive para estar on line, produciendo vacíos.
Es necesario percatamos de que estamos transformando la calle en un telón de fondo, para escenificar individualidades del estar-allí. Y surge entonces la pregunta: cómo podemos articular una lucha que transforme lo social desde el vacío. O más concretamente: cómo nuestra vida on line impacta en la vida off line toda.
La joven y el soldado, nosotrxs ídem, capturamos nuestra presencia para que al hacerla pública, quede apuntada en el nuevo archivo histórico de la humanidad. Pero ese yo on line, nos devuelve un boomerang filoso desde la virtualidad, hacia nuestra factibilidad. En un instante, paso de ser a estar off. Apagado. Una muerte más que simbólica.
Hamlet debe cambiar su enunciado: Estar en la red, o no estar, es ahora la cuestión. 

La imagen y la palabra. El imperio del verbo.
Pero para estar en la red, para estar on y que se entienda dicha presencia como acto político, la imagen no vale por sí sola. Curioso. En el mundo 2.0, donde la imagen se supone reina y dueña de la verdad; donde la sentencia “Click, posteo y luego existo”, es el nuevo credo de la vida social; la vieja fórmula de “Una imagen vale más que mil palabras” ha devenido en falsa.
Las RRSS y su promiscua proliferación de imágenes, han dado una vuelta de tuerca a dicha afirmación. La credibilidad de la imagen, su validez, su legitimación; vienen dadas por el pie de foto, el comentario, el verbo que le da el contexto de lectura a quien la ve.
Lo que se enmarca es lo mismo: los lugares, los sujetos, las acciones (incluso podría ser una imagen única en eterno loop, y no nos percataríamos de ello. De hecho, no lo hacemos, pues esto ya es una práctica común de los grandes conglomerados (des)informativos).
Pero como fragmentos de una realidad recortada, el retrato obedece a una lógica distinta, según el museo en que exponga y el curador encargado de darle significación a través del comentario. La imagen no vale por sí sola. Necesita del con-texto. Ante la proliferación de imágenes-pobres, la oratoria que las envuelve, el lugar donde se exponen y el yo que las reclama para sí afirmando “Veo, grabo, luego somos”, son eje de legitimación de un país de 1080 p y 140 caracteres.
Si miro por mi ventana, algo acontece. Concreto. Cuando volteo a las pantallas, percibo un suceso. Virtual. Imagen-texto en un juego de construcción bipolar. Dos Venezuelas, ambas posibles gracias al artilugio de la palabra. Una palabra negadora, cargada de violencia simbólica; pues pasa o bien por la negación del otro; o algo peor: su invisibilización.
Es urgente que reconozcamos que no son dos Venezuelas. Que somos la misma, que co-existimos. Que estamos en un país multi-lingual. Y que la palabra bien puede acercarnos, o cometer crímenes horrendos, como el sacrificio simbólico.
No dejar de mirar por la ventana, que también es un rectángulo que recorta; pero es otro marco posible, necesario y urgente. La realidad aún existe y necesita de muchas voces para comprenderla.
Steyerl ya habla hoy de la imagen pobre. Luchemos para que la palabra-pobre, in-significante, no se imponga como la nueva forma discursiva.


La imagen y su (no) violencia.
El problema no es que la gente recuerde por medio fotografías, sino que sólo recuerda las fotografías”.
Susan Sontag. Ante el dolor de los demás.

Culminó un mes que deja el saldo de casi 40 muertos, producto de las manifestaciones de diversa índole que han ocupado el país. Los medios tradicionales y las RRSS se pueblan de fotos y videos, que intentan no sólo registrar los hechos, sino también elaborar un archivo a medio camino entre el diario personal y la documentación histórica.
¿Pero que nos ocurre como sujetos, ante el exceso de muerte y crueldad que nos muestran dichas imágenes?, ¿cómo reaccionar ante la fijación del dolor o la impotencia dentro un marco mediatizado?. A primera vista, el repudio y la indignación. Luego, la conmoción. Pero la conmoción no es perpetua, como afirma Sontag; ésta puede volverse cotidiana y luego desaparecer.
En medio -y a través de los medios- de la sobre exposición de imágenes sufrientes; también puede desaparecer nuestra capacidad de pensar en lo que implica mirar dichas imágenes, en las causas que provocaron los hechos devenidos en foto y por supuesto, en las consecuencias que devendrán post-imagen.
Por ahora, estamos lejos del momento reflexivo. Todo nos indica estar sumidos en el sentimentalismo, que como también afirma Sontag, es del todo compatible con la afición por la brutalidad. Estamos sumidos entre la simpatía por el Otro -la víctima- y la antipatía por el Otro Otro -el victimario-. Y “siempre que sentimos simpatía [o su opuesto, agrego yo], sentimos que no somos cómplices de las causas del sufrimiento. Nuestra simpatía proclama nuestra inocencia, así como nuestra ineficacia” (Sontag).
Pero no mintamos. Ante el dolor de los demás, también existe otra manera de afrontarlo: la compasión. Y ésta automáticamente hace desaparecer del campo simbólico (borra la imagen, dicho en criollo) al cuerpo inerte y sus dolientes. La compasión entonces, es también una manera de esquivar nuestra responsabilidad en el sufrimiento (del que somos co-causantes), de proclamar nuestra inocencia; pero sobre todo, desvela nuestra ineficacia para evitar dicho dolor y para operar estrategias que impidan los hechos (ésos u otros posibles), que lo repitan o peor, lo eternicen.
En necesario ahora que damos inicio al mes de flores, el abandono del tono sentimentalista y el comienzo de la reflexión. De lo contrario, cotidianizaremos la violencia, la muerte, el dolor, la crueldad; y por sobre todo la indiferencia y el odio que éstos traen consigo.
En la búsqueda de una sociedad mejor, más justa, más equitativa, con mejores sistemas de participación ciudadana, de perfeccionamiento de los instrumentos democráticos (que no siempre son tan democráticos y que hay que trabajarlos diariamente); las salidas rápidas y efectistas son tan sólo abono para la confrontación y la transformación del debate social, en un campo de batalla (real y simbólico).
Construir una sociedad mejor, (lamentablemente para algunos) toma su tiempo e implica reflexión. Virginia Woolf tardó tres años en responder la carta que su amigo le envió a propósito de las fotos de la guerra que le adjuntaba (la respuesta es su libro Tres Guineas). Tres años, sí muchos... Pero por las prisas, aún Europa es víctima de la guerra.

PD: De no tomarnos el tiempo para reflexionar (y por ende para respetar-nos y pensar en cómo pensamos las imágenes que construimos y nos construyen), terminaremos rodeados de frases como estas: “Gracias a ti y a tu familia por el sacrificio” (colocada en el memorial del joven Pernalete en Altamira), o “Debemos buscar otras formas creativas de propuestas. No podemos seguir sacrificando jóvenes” (un posteo de FB).
Aclaratoria: ex-profeso, este artículo no lleva ninguna fotografía.