1.-Sobre la violencia simbólica.
Los sistemas simbólicos tienen la capacidad de violentar al Otro e incluso, generar confrontaciones a gran escala. Las palabras, las imágenes, todo sistema que representa a un objeto o sujeto, a través de su sustitución, bien puede servir para otros fines, más allá de la acción de nombrarlo en ausencia.
Por eso las luchas de grupos como las feministas, que reclaman las formas de visibilización de cierto arquetipo femenino; o los innumerables juicios contra Benetton, quien en nombre de la diversidad (pues su marca es la multiplicidad de colores), subyuga y convierte en razas exóticas publicitarias, a gran parte de los habitantes del planeta (dando por sentado, que sólo los WASP, merecen escapar de tal objetivación).
Hoy, los sujetos somos ya conscientes de que la violencia simbólica es la marginalización del Otro -que bien puedo ser Yo- hasta el punto de hacerlo invisible, y por ende inexistente. Ejemplos hay muchos: desde la estrella de David como símbolo de la precarización de la ciudadanía: los judíos (también los gitanos, por cierto) como una “raza” inferior, que por ende no estaba sujeta a los derechos de la Humanidad; hasta las grandes vallas publicitarias de Estambul, estratégicamente colocadas frente a las iglesias católicas, y que disimulan en un estado que se dice laico, el silencio que se aplica sobre aquellos que no son musulmanes.
Cuando con la violencia simbólica desaparecemos a quien no nos gusta o incomoda (siempre poder de por medio); estamos en el preámbulo de su efectiva erradicación física. No nos referimos sólo al exterminio premeditado como en las guerras que aún se libran. Nos referimos al exterminio de nuestra condición de sujetos de derecho, con conciencia plena del ejercicio de la diferencia. Y el disenso. En una sociedad donde el “Te veo, luego existes” es la norma, la no presencia o la distorsión de la misma; es la aniquilación del sujeto. Y si no existo, no tengo derecho alguno. Comenzando por el derecho mismo de reclamar mi existencia.
Por esto, cuando un medio de comunicación, partido político, ONG, o cualquier otro actor social que se dice representante de esos derechos, suprime a voluntad la existencia del Otro; no está más que violentando los derechos que dice defender. Y acá es importante acotar, que los derechos no se representan, se ejercen.
Tan nefastas como la violencia física, son la defenestración, la invisibilización total o parcial, la no representación justa, la anulación, la evasión del conflicto y las narrativas del espectáculo. Lamentablemente, todas estas expresiones son las que pululan hoy, no sólo por las RRSS; sino que se han convertido en la práctica regular de los medios de comunicación privados y oficiales.
Es urgente el cese de la violencia simbólica. Ya Truffaut nos advirtió que a 451° F se que queman los libros, y con ellos, la libertad de imaginación y pensamiento. Hoy ya sabemos, que en 1080p ó 140 caracteres, se asesinan sujetos y ciudadanos.
2.- El fin del símbolo: la muerte (literal) del sujeto.
Sin embargo, en pocos días, como un movimiento desesperado (y quizá algo esquizofrénico), hemos asistido con asombro freudiano, a la muerte del símbolo, de la metáfora. Incluso aquellos que nos invisibilizaban. Un “Adiós al lenguaje” tajante. Lenguaje(s) que nos hace(n) humanos, -quizá demasiado- pensantes y que evita(n) -en algunos casos- la muerte como cotidianidad.
El lenguaje -como dijimos, es uno de los procesos con los sustituimos cierta acción o sujeto concretos, por su representación. Es la presencia de una ausencia; y bien puede funcionar para los exorcismos del alma. Quemamos figuras como metáforas de Judas; exorcizando nuestros demonios y sublimando el deseo de quemar al ser real. Mismo efecto en la comunión cristiana: el vino y el pan, como la sangre y el cuerpo de Cristo. Gracias a estas formas, construimos sistemas que nos permiten, no sólo la generación de abstracciones como el pensamiento y el tiempo; sino el abandono de lo literal y la inmediatez. Porque lo literal, la cosa en sí misma, no tiene tiempo: sin pasado ni futuro. Sólo presencia, presente. El ahora permanente, YA!; que agota no sólo mentalmente, sino también nuestro aspecto físico (los neurólogos y demás, explicarán mejor este fenómeno).
Y aún a sabiendas de esto, pues es una práctica común en nuestro día a día, amanecemos convocados a una marcha de puputov. Neologismo criollo para designar una molotv hecha de mierda (SIC). De nuestra propia mierda. Adiós a los siglos de progreso que nos llevaron a ocultar tanto el hecho de cagar, como a la mierda en sí misma. Un hecho que se consideró un avance hacia eso que llamamos ser humano y social.
Pero lo literal no está solo en las puputov. Por siglos, los aparejos de represión también tenían un funcionamiento simbólico. Desde las rejas y muros (hoy tan de moda), hasta las ballenas y tanquetas de los policías; su sola presencia ya indicaban que unx estaba cerca de algo prohibido (que la prohibición sea legal o no, es otra cuestión. Como símbolo, funciona). Pero cuando la ballena o tanqueta arremete con sus toneladas de peso, sobre los cuerpos de sujetos que si acaso llegan a los 100 kilos; también hemos entrado en el terreno de lo literal.
¿Y que queda luego de lo literal? Nada. Ya no habrá metáfora que satisfaga nuestro deseo inmediato. Como el infante: debe tragar y tragar más mierda, buscando sólo la satisfacción del ahora. Sin tiempo, sin sistema simbólico, sin puente con el Otro; porque el Otro NO existe. Soy yo y mi violencia onanista sin sublimación.
No es casual entonces, que las consignas remitan siempre al YA, al presente eterno de la satisfacción en la destrucción del Otro. No hay discurso o símbolo alguno, que remita a un futuro, que plantee un plan posterior a la mierda o a las lacrimógenas. Tan sólo un país siempre en gerundio: luchando, resistiendo, combatiendo, bailando, etc...
No hay nada peor que la literalidad. Porque después de ella sólo queda Saló y si acaso, 120 días. Hoy llevamos 50.
Al decirle adiós al lenguaje, definitivamente le hemos dado muerte al sujeto. Y de manera literal.
PD 1: algunas recomendaciones para entender desde la literatura la realidad que vivimos: La larga Marcha (Stephen King); Ante el dolor de los demás (Susan Sontag), Ensayo sobre la ceguera y Ensayo sobre la lucidez (Saramago), Los desalmados (Daniel Lapazano).
En el caso del cine, véase Saló o los 120 días de Sodoma (Passolini, a quien no casualmente lo asesinaron pasándole al menos tres veces, un auto sobre su cuerpo), Adiós al lenguaje (Godard), Farenheit 451 (Truffaut), La cinta blanca (Michael Haneke).
PD 2: De nuevo no hemos colocado fotografías de los eventos relatados por decisión propia (con excepción de la que consideramos habla de nuestro futuro). En este caso, para evitar caer en el juego de la no representación justa. No se trata de invisiblizar. Se trata evitar la violencia simbólica y la literalidad (paradójicamente presentes en una misma imagen-situación)
Entrada destacada
La autonomía del comer. Sobre Candy Bar.
La autonomía del comer. Sobre Candy Bar , el más reciente documental de Alejandra Szeplaki. Candy Bar , Alejandra Szeplaki, 2018 ...
domingo, 21 de mayo de 2017
miércoles, 17 de mayo de 2017
Treblinka: paréntesis cinematográfico para seguir hablando de Venezuela.
I.-
El filme: Treblinka, Sérgio Tréfaut.
Portugal, 2016.
“Cuando
viajas con alguien... siempre tiendes a mirar lo que te rodea con
extrañeza mientras que, cuando viajas solo, el extraño siempre eres
tú”.
Enrique
Vila-Matas.
Vamos
rumbo al Este, ese temido Este que tiene como punto de origen, el
muro que separó al territorio alemán. Es un viaje lento, pausado,
que pareciera no tener fin, aunque su fin está ya encerrado en sus
vagones. Vamos hacia Treblinka. Una Treblinka que pareciera quedar,
incluso más allá de los Cárpatos, mucho más allá. Porque es un
viaje hacia la muerte. Un viaje lento, pausado, con un definitivo
final.
Es
un tren habitado por fantasmas. Seres desnudos, porque para morir no
hacen falta las ropas. Ni tampoco hacen falta éstas, en el más allá
de la frontera del horror. A través de las empañadas ventanas del
vagón, porque es un viaje de invierno, sólo vemos estaciones
vacías, quizá con algún paseante que desconoce la carga que dicho
tren porta en su interior.
Pero
ahí, junto a los fantasmas, se encuentra una elegante mujer. Una que
regresó del horror y ahora emprende el retorno, para recordar y
reconocerse en sus compañeros de ruta. Y junto a ella, viaja una
voz, la voz de otro ser que sobrevivió a los viajes: al de ida y al
de regreso. Ella es Marceline Loridan-Ivens, la viuda de Jori Ivens,
quien sobrevivió a los trabajos forzados en Birkenau. Él en cambio,
es uno de esos pocos que no sólo lograron sobrevivir en Treblinka;
sino que además, se fugaron en una acción sin precedentes en los
campos de concentración polacos. Su nombre es Chil Rajchman, quien
recogió su dolor y tormento, en el libro Treblinka: a survivor’s
memory (Je suis le dernier juif, en francés). A estos
testimonios, el director de origen brasileño, sumó las confesiones
de Frank Stangl -el jefe a cargo de Treblinka- recopiladas en forma
de entrevistas por Gitte Sereny en Into That Darkness.
Para
evitar “el turismo del holocausto”, que infesta los trenes que
desde el Oeste parten hacia Polonia, y para evitar caer en la
banalización de las imágenes del horror (una banalización que muy
explica Susan Sontag en Ante el dolor de los demás),
Tréfaut opta por el ensayo-autobiográfico como forma para narrar la
historia de millones de judíos (pero no sólo ellos), que fueron
exterminados por un poder ciego, pero sobre todo, temeroso del otro.
Para el director “la palabras pueden ser más fuertes que las
imágenes”.
Por
esta razón, Tréfaut opta por una imagen cerrada sobre sí misma: el
interior del tren, donde habitan cuerpos sin identidad ni dignidad
alguna, como sus viajeros de la época. Y a ellos, a ese espacio
cerrado que es metáfora de las fosas comunes a dónde serían
arrojados; les superpone una voz en off, que nos narra cómo
sobrevivió ese hombre que pudo ser otro; y que de hecho, ahora lo
es.
El
tren se convierte entonces, en las páginas de un diario. Los cuerpos
desnudos, en los miles de compatriotas que no sólo vio morir, sino
que ayudó en su ejecución. Quizá por eso lo acompañan en este
tránsito. Por llevar sus vidas a cuestas.
Uno
de los momentos más duros de la confesión, y que el tono
monocromático de la voz en off lo hace parecer un retahíla sin fin
ni finalidad; es cuando el entonces prisionero, descubre que para
sobrevivir, necesita de la llegada de otro tren y de otro y de otro,
cargados de judíos que no pasaban más un día sin entrar en las
cámaras de gas. Porque Chil, que bien pudo llamarse Hermann o
Joseph; era uno de los prisioneros trabajadores del campo. La
maquinaria nazi, utilizaba a los mismos judíos para la manutención
del campo. Ellos eran barberos, seleccionaban las ropas utilizables,
cargaban los cuerpos a las fosas comunes, y extraían los dientes de
oro que enriquecían las arcas de la SS, la Gestapo y toda la
maquinaria mortuoria. Así que para su subsistencia, necesitaba la
llegada de los trenes. Y una tarde, no llegó tren alguno. Y Chil
sabía que eso significaba, convertirse en un ser prescindible. En un
muerto más. Por lo que, contra todos sus valores y solidaridades;
suplicó por la llegada de un nuevo tren. Lamentablemente para
muchos, sus deseos se cumplieron.
El
tren hacia Treblinka es una metáfora del viaje que algunos
emprendieron sin retorno; y que otros, han tomado de vuelta para
evitar el olvido y darse cuenta de que son seres extraños: extraños
por sobrevivir, extraños por hacerlo a costa de sus compatriotas sin
rostro, sin nombres (Treblinka es uno de esos campos que, dada la
rapidez con la que se llevaban a cabo las ejecuciones -un prisionero
no pasaba más de un día sin ser enviado a las cámaras de gas-; y
del hecho de que en los trenes, ya la mitad de sus pasajeros, o bien
habían muerto, o se habían suicidado al tener la certeza de su
destino; ha sido muy difícil no digamos identificar los nombres de
sus víctimas, sino incluso contabilizarlas).
Pero
por sobre todas las cosas, Treblinka se constituye en
un relato biográfico. Y juega con las licencias que toda biografía
digna de ese nombre, tiene a su disposición: el yo que escribe, no
es el mismo que es escrito (piense en Kafka y en K.); los hechos que
se relatan, no son los que de verdad nos ocurrieron, sino la forma en
los recordamos (recuerde a Walser); y el sujeto narrado, no es único,
sino polivalente (¿cómo hemos de nombrar a Pessoa?).
Treblinka
entonces, no es un lugar, no es el relato de algún sobreviviente. Es
un viaje en tren lento, pausado, donde la extrañeza no está en lo
que el velo invernal nos deja ver o nos oculta; sino en nosotros,
esos seres desnudos, que lo habitamos y lo hacemos real, junto a
sonido de lo rieles sobre la nieve.
La larga marcha. |
II.- Un año después: Venezuela
Hoy
revivo este nota ya publicada tiempo atrás, y recuerdo de nuevo esta
pieza audiovisual; porque la historia de Chil, cada día se parece
más a la nuestra. La de nosotrxs lxs venezolanxs de 2017. Incluso
hasta en la dirección del tren: el este, ese temido Este caraqueño.
¿Por
qué? Porque Chil nos declara, abiertamente y asumiendo lo terrible
de sus deseos, que la frontera entre víctima y victimario es
temporal y vana. Que una vez puesta a rodar la maquinaria de la
violencia, todos seremos arrollados por ese tren. Un tren que va a
mucha más velocidad que los trenes hacia Polonia.
Un
tren que pasa delante de la vista de muchos, que bajan la mirada, que
no hablan sobre su conocimiento de la carga que transportan. Que
niegan la realidad de sus pasajeros y ocultan en la bruma el nombre
de la estación final. Que son cómplices, incluso a sabiendas que
mañana, quizá sean ellos mismos los próximos pasajeros.
Porque
se trata -siempre- del Otro. De traspasar tu terror, tu miedo,
tus actos y sus consecuencias y tus responsabilidades, al Otro. El
primer campo de concentración Nazi, estuvo en Alemania. Fue
construido para asesinar a los comunistas, que eran la piedra de
tranca de Hitler para tener la mayoría total en el Parlamento (mucho
antes del comienzo de la WWII).
Pero
después, su inteligencia (no hay que negársela, eso sería muy
inocente) lo llevó a mudar la fábrica del exterminio (recuerden que
Ford fue su amigo, asesor y financista y le ayudó en hacer de la
muerte una fábrica: obreros, patronos, horarios estrictos y hasta
normas de higiene) hacia más allá de sus -para entonces- fronteras.
Le cargó al Otro, a los polacos, a Polonia misma; la destrucción de
la propia Polonia.
Pero
no se piense sólo en Hitler y en el partido Nacional Socialista.
Piense también en la actitud similar asumida por los aliados al
final de la guerra: repartición de la zona en pequeños territorios
“propiedad de”. Así cada aliado, dejaba del otro lado de la
frontera, la operatividad de la respectiva cuota de la maquinaria de
la muerte que siguió funcionando.
Nuestra
Caracas de hoy no tiene un Check Point Charly tan glamoroso y
multilingüe como el de Berlín. Y sin embargo, está dividida.
![]() |
Un conteiner que separa: ¿qué podría contener? |
Y
estamos todos viajando en ese tren hacia Treblinka.
Es
necesario entonces, que actuemos con la valentía Chil: que aceptemos
nuestras sombras y que sea a través de un gesto de reconciliación
con nuestro propio ser; que comencemos por perdonarnos y luego....
luego a crear un relato donde todxs tengamos cabida.
No
se pide perdón ciego. Tampoco revanchismo. Ambas cosas han
demostrado ser infructuosas.
Se
pide, y por necesidad, reconocer nuestras acciones y los relatos que
las legitimaron en determinado momento (incluyendo los relatos
creados por nosotros mismos). Porque la legitimidad es como la
dualidad víctima-victimario, temporal. Las narrativas que hoy
legitima ciertas acciones; mañana caerán en desuso y hasta actuarán
en contra. Por lo que se trata de asumir la construcción temporal de
ciertas motivaciones y justificaciones; y buscar en el terreno de lo
simbólico un relato, quizá no de tipo fundacional (como la
Bildungsroman alemana), pero que al menos siente las bases
para la construcción de una sociedad posible. De una utopía,
entendiendo por ésta, el campo de la potencialidad: aquello
que cada sujeto, cada grupo social posee y que es factible de ser.
Evitando por supuesto, los impulsos que nos llevan de lo utópico a
lo distópico.
sábado, 6 de mayo de 2017
Notas sobre Venezuela, abril y sus representaciones visuales.
Detenido.
No
sé dónde más un hecho que estoy detenido.
¿Vivo?
Funciono
y ya es mucho.
Rafael
Cadenas.
Abril
rebelde. Un mes que comenzó con convocatorias a marchas y
concentraciones de los dos polos políticos del país, he dejado el
lamentable saldo de 36 víctimas (por ahora). Lo que en un principio
se suponía era la movilización ciudadana para la reivindicación
de logros y la exigencia de derechos; se convirtió en un cementerio.
Pero también en un festín. El macabro festín de la muerte.
Pero
tal festejo, tal sacrificio humano, ha tenido como escenario a los
medios de comunicación y muy especialmente a las RRSS. Las calles,
que se suponen las principales protagonistas, el escenario de la vida
en sociedad, el lugar de tránsito y hábitat humano; han sido
desplazadas por la autopista de las imágenes (autorreferenciales)
que visibilizando a unxs, invisibilizan al Otrx. Un territorio donde
no hay ganador, porque la muerte y la violencia nunca podrán
enarbolarse como victoria.
La
vida on/vida off (line)
-
¿Fuiste a la marcha?
.-
Claro, ¿no viste mi selfie?
Una
de las primeras manifestaciones sociales de las
marchas/concentraciones y que aún sigue vigente, ha sido el selfie,
la nueva huella de la
presencia, del estar ahí (que no del ser). No importa cuán fuera de
foco, o si sólo capta un cuerpo fragmentado. Esa imagen,
autorreferencial, que me sitúa al mismo tiempo que me borra, no es
más que el abandono del mundo real. La protesta o reivindicación,
pasa de la calle al FB, al tuiter, al instagram; donde es tal la
circulación de imágenes iguales (porque el selfie tiene una
estética homogeneizada, una pose presupuesta y necesaria para ser
legítima), que es imposible ya distinguir un rostro de otro. Más
con las máscaras prediseñadas de dichas redes, donde por ejemplo,
sobrepones la bandera de Venezuela a tu rostro.
Se
diría que el Yo muere, a favor de un nosotros unificado por un
objetivo común. Sin embargo, lo que al final se impone es un régimen
de juegos de retirada, donde se inserta mi vida personal y mi opinión
-el pie de página del selfie es vital para darle
significación- en un mundo de actualidad comentada. No piense,
digite.
Sin
embargo, cosa no poco curiosa, el selfie causa indignación.
Recordemos los ejemplos de la joven abogado quien se retrató según
la ocasión y el destinatario; y al funcionario de la Guardia
Nacional, quien hizo lo propio ante una guarimba. La crítica fue la
misma: estuvieron allí sino sólo para posar ante las cámaras.
Efectivamente, es una afirmación que los une e iguala.
Con
el implosión de las RRSS, vivimos ahora una nueva subjetividad que
se construye en esa área de no ser, donde lo que funciona es la
imagen homogénea de mí, la construcción de mi identidad gracias a
un archivo de estereotipos dominantes: la misma pose, el mismo
escenario. Se vive para estar on line, produciendo
vacíos.
Es
necesario percatamos de que estamos transformando la calle en un
telón de fondo, para escenificar individualidades del estar-allí. Y
surge entonces la pregunta: cómo podemos articular una lucha que
transforme lo social desde el vacío. O más concretamente: cómo
nuestra vida on line impacta en la vida off line toda.
La
joven y el soldado, nosotrxs ídem, capturamos nuestra presencia para
que al hacerla pública, quede apuntada en el nuevo archivo histórico
de la humanidad. Pero ese yo on line, nos devuelve un
boomerang filoso desde la virtualidad, hacia nuestra factibilidad. En
un instante, paso de ser a estar off. Apagado.
Una muerte más que simbólica.
Hamlet
debe cambiar su enunciado: Estar en la red, o no estar, es ahora la
cuestión.
La
imagen y la palabra. El imperio del verbo.
Pero
para estar en la red, para estar on y que se entienda dicha
presencia como acto político, la imagen no vale por sí sola.
Curioso. En el mundo 2.0, donde la imagen se supone reina y dueña de
la verdad; donde la sentencia “Click, posteo y luego existo”, es
el nuevo credo de la vida social; la vieja fórmula de “Una imagen
vale más que mil palabras” ha devenido en falsa.
Las
RRSS y su promiscua proliferación de imágenes, han dado una vuelta
de tuerca a dicha afirmación. La credibilidad de la imagen, su
validez, su legitimación; vienen dadas por el pie de foto, el
comentario, el verbo que le da el contexto de lectura a quien la ve.
Lo
que se enmarca es lo mismo: los lugares, los sujetos, las acciones
(incluso podría ser una imagen única en eterno loop, y no
nos percataríamos de ello. De hecho, no lo hacemos, pues esto ya es
una práctica común de los grandes conglomerados (des)informativos).
Pero
como fragmentos de una realidad recortada, el retrato obedece a una
lógica distinta, según el museo en que exponga y el curador
encargado de darle significación a través del comentario. La imagen
no vale por sí sola. Necesita del con-texto. Ante la proliferación
de imágenes-pobres, la oratoria que las envuelve, el lugar donde se
exponen y el yo que las reclama para sí afirmando “Veo, grabo,
luego somos”, son eje de legitimación de un país de 1080 p y 140
caracteres.
Si
miro por mi ventana, algo acontece. Concreto. Cuando volteo a las
pantallas, percibo un suceso. Virtual. Imagen-texto en un juego de
construcción bipolar. Dos Venezuelas, ambas posibles gracias al
artilugio de la palabra. Una palabra negadora, cargada de violencia
simbólica; pues pasa o bien por la negación del otro; o algo peor:
su invisibilización.
Es
urgente que reconozcamos que no son dos Venezuelas. Que somos la
misma, que co-existimos. Que estamos en un país multi-lingual. Y que
la palabra bien puede acercarnos, o cometer crímenes horrendos, como
el sacrificio simbólico.
No
dejar de mirar por la ventana, que también es un rectángulo que
recorta; pero es otro marco posible, necesario y urgente. La realidad
aún existe y necesita de muchas voces para comprenderla.
Steyerl
ya habla hoy de la imagen pobre. Luchemos para que la palabra-pobre,
in-significante, no se imponga como la nueva forma discursiva.
La
imagen y su (no) violencia.
“El
problema no es que la gente recuerde por medio fotografías, sino que
sólo recuerda las fotografías”.
Susan
Sontag. Ante el dolor de los demás.
Culminó
un mes que deja el saldo de casi 40 muertos, producto de las
manifestaciones de diversa índole que han ocupado el país. Los
medios tradicionales y las RRSS se pueblan de fotos y videos, que
intentan no sólo registrar los hechos, sino también elaborar un
archivo a medio camino entre el diario personal y la documentación
histórica.
¿Pero
que nos ocurre como sujetos, ante el exceso de muerte y crueldad que
nos muestran dichas imágenes?, ¿cómo reaccionar ante la fijación
del dolor o la impotencia dentro un marco mediatizado?. A primera
vista, el repudio y la indignación. Luego, la conmoción. Pero la
conmoción no es perpetua, como afirma Sontag; ésta puede volverse
cotidiana y luego desaparecer.
En
medio -y a través de los medios- de la sobre exposición de imágenes
sufrientes; también puede desaparecer nuestra capacidad de pensar en
lo que implica mirar dichas imágenes, en las causas que provocaron
los hechos devenidos en foto y por supuesto, en las consecuencias que
devendrán post-imagen.
Por
ahora, estamos lejos del momento reflexivo. Todo nos indica estar
sumidos en el sentimentalismo, que como también afirma Sontag, es
del todo compatible con la afición por la brutalidad. Estamos
sumidos entre la simpatía por el Otro -la víctima- y la antipatía
por el Otro Otro -el victimario-. Y “siempre que sentimos simpatía
[o su opuesto, agrego yo], sentimos que no somos cómplices de las
causas del sufrimiento. Nuestra simpatía proclama nuestra inocencia,
así como nuestra ineficacia” (Sontag).
Pero
no mintamos. Ante el dolor de los demás, también existe otra manera
de afrontarlo: la compasión. Y ésta automáticamente hace
desaparecer del campo simbólico (borra la imagen, dicho en criollo)
al cuerpo inerte y sus dolientes. La compasión entonces, es también
una manera de esquivar nuestra responsabilidad en el sufrimiento (del
que somos co-causantes), de proclamar nuestra inocencia; pero sobre
todo, desvela nuestra ineficacia para evitar dicho dolor y para
operar estrategias que impidan los hechos (ésos u otros posibles),
que lo repitan o peor, lo eternicen.
En
necesario ahora que damos inicio al mes de flores, el abandono del
tono sentimentalista y el comienzo de la reflexión. De lo contrario,
cotidianizaremos la violencia, la muerte, el dolor, la crueldad; y
por sobre todo la indiferencia y el odio que éstos traen consigo.
En
la búsqueda de una sociedad mejor, más justa, más equitativa, con
mejores sistemas de participación ciudadana, de perfeccionamiento de
los instrumentos democráticos (que no siempre son tan democráticos
y que hay que trabajarlos diariamente); las salidas rápidas y
efectistas son tan sólo abono para la confrontación y la
transformación del debate social, en un campo de batalla (real y
simbólico).
Construir
una sociedad mejor, (lamentablemente para algunos) toma su tiempo e
implica reflexión. Virginia Woolf tardó tres años en responder la
carta que su amigo le envió a propósito de las fotos de la guerra
que le adjuntaba (la respuesta es su libro Tres Guineas). Tres
años, sí muchos... Pero por las prisas, aún Europa es víctima de
la guerra.
PD:
De no tomarnos el tiempo para reflexionar (y por ende para
respetar-nos y pensar en cómo pensamos las imágenes que construimos
y nos construyen), terminaremos rodeados de frases como estas:
“Gracias a ti y a tu familia por el sacrificio” (colocada en el
memorial del joven Pernalete en Altamira), o “Debemos buscar otras
formas creativas de propuestas. No podemos seguir sacrificando
jóvenes” (un posteo de FB).
Aclaratoria:
ex-profeso, este artículo no lleva ninguna fotografía.
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