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domingo, 23 de octubre de 2016

Comentarios de butaca: Andrzej Wajda: el olvido como memoria.

"Para vivir más, uno tiene que olvidar; con el fin de olvidar, hay que reforzar la propia experiencia, la historia de la vida de uno, todo el pasado que se deja atrás”.
Wajda.


Poco sabía yo de Europa, más allá de las fronteras de la recién unificada Alemania; cuando la Cinemateca de la GAN era mi segunda casa y cursaba yo Artes, por aquellos 90 de olvido. Menos de sus cinematografías. Imagínese de directores con nombres impronunciables. Sin embargo, pasaba horas en esa sala sin entender nada,  maravillándome con las imágenes de países remotos, extraños, y según la historia oficial, atormentados por la maldición del comunismo. Bajo la sombra de Stalin y con el escándalo de la muerte de Ceaucescu, realmente uno sentía pavor de tan sólo pensar en el este.
Imagine usted mi conocimiento sobre Polonia. Cero. Si acaso, que entre sus habitantes había un señor que dirigía películas, que tenía (como es usual) un apellido que no sabía cómo pronunciar, y que cuyo protagonista de ciertos filmes, era como el James Dean de la Cortina de Hierro. 





Lo cierto es que con los panas, nos vimos más un ciclo del polaco ese raro, y aún me son inolvidables filmes como Cenizas y Diamantes (1958), El hombre de mármol (1977), El hombre de hierro (1981) y Danton (1983).




“El recuerdo no es sólo un acto personal y espontáneo. También es regulado a veces, por las reglas sociales del recuerdo, que nos dicen muy específicamente qué debemos recordar y qué debemos olvidar”.
Zerubavel.


Hasta que un día llegó la primavera. Se descorrió la cortina, y en Occidente nos dijeron que había triunfado la libertad. Entonces descubrimos que Praga era algo más que Kafka, y que en Polonia existía la solidaridad.
 

Pero tuvo que pasar el tiempo, mi tiempo -y ser algo más culta y por ende más domesticada-, para entender que en aquellas películas había otra historia. Que entre los relatos oficiales y las imágenes de Wajda, había sutiles pero fundamentales diferencias. Y entonces empecé a escrutar con más atención, los rostros y penurias de sus protagonistas. Y allí estaban: el obrero y la fábrica; las madres sin más oficio que la espera del marido que nunca volverá; los grandes héroes nacionales, quienes también sufren como sus pares sin nombre ni rostro, sus pares sin Historia.

Y se empezó a despertar en mí, la conciencia de que se construye una Historia, y por otro lado, existen las historias. historias como las de Wajda: las luchas por una sociedad más justa y equitativa y el rol que nosotrxs jugamos para hacerlas realidad; de pueblos que siempre estarán entre dios y el diablo; pero donde nace el sol. La geopolítica de territorios del Este -o del Sur-, que no son ni tan temibles ni tan homogéneos como relatan la imágenes oficiales (ésas que construyen la Historia).


Porque con Wajda comprendí, que cine y política o son inseparables, o no es cine y tampoco es política. En palabras de Andrew Sarris : “El cine no existe en un estado de sublime inocencia, intocable por el mundo. El cine tiene un contenido político, sea consciente o inconsciente, escondido o público”.






Todos nuestros actos, todos nuestros gestos, cuando son plasmados sobre la superficie plana de cualquier pantalla; cobran cuerpo, adquieren una dimensión social, moral e histórica. Dan cuenta, de manera honesta, falseada, libre o temerosa; de nuestras realidades.

En un momento como el que por ahora transitamos, debemos estar atentos. Porque, como dijo Wajda: “...ha llegado la hora de respondernos de dónde venimos, quiénes somos, y a dónde vamos y quiénes seremos”.
Hay mucho Robespierre suelto aún.




Texto ampliado de la publicación original en TodosAdentro, N° 632, 2016.
En: https://issuu.com/todosadentro/docs/issuu_632/1

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