Muchos
son los hombres y mujeres que pudieran formar parte del repertorio épico e
imaginario de la heroicidad en nuestro continente. Much@s de ell@s merecidos,
otr@s llevad@s allí por el mito y la leyenda, y no faltan los que pasaron a la
historia, por obra de los escribanos contratados para inmortalizar las
victorias, no siempre tales. La historia no nos cuenta la verdad con certezas,
sino con fábulas.
Pero
la historia también está llena, como todo relato, de otros seres que sin empuñar
espadas, que sin lo vítores de las masas, que sin reconocimientos que les
cuelguen del cuello en eventos oficiales, han sido héroes en su cotidianidad,
en pequeñas batallas contra ejércitos de papel y molinos de viento. Estos seres
no siempre son simpáticos, no son tan esbeltos como los de los retratos de los
salones de lujo y de las copas de champán, no visten opulentos ropajes ni
ostentan joyas, y no tienen monumentos en las plazas con sus nombres (y por
ende no los cagan las palomas).
De
esos libres de las ataduras del bronce, libres de las obligaciones que un indómito
territorio les impone, como lo es la victoria, la redención, los honores de
fundar fechas patrias; de esos es que vengo a hablar. De esos es que hago este
fallido recuento, que no pretende ser exhaustivo, ni estar lleno de verdades.
Faltan muchos, claro está. Los que pasaron al olvido, los que prefirieron estar
a las sombras, y faltan sobre todo los que están por venir y los que aún no
hemos inventado. Pero de algo partimos, que si no es de la vida, al menos lo
sea de la muerte y de su resurrección, que los convierte, de una forma u otra,
por una razón y no otra, en héroes o en heroínas.
La
Patria es el hombre, muchacho
La
boca del lobo, Federico
Lombardi, Perú, 1988.
“Uno hace lo que tiene que hacer, si es
hombre.”
Teniente Roca
No
hay mejor forma de convertirse en héroe, de ganarse la admiración de las
chicas, el respeto de todos y labrarse un nombre en los libros de historia; que
enrolarse en el ejército para librar un batalla en nombre la Patria. No importa
la verdadera razón para alistarse, que casi siempre termina siendo egoísta, el
resultado es lo que cuenta. El uniforme hace el monje, el fusil al hombre y las
heridas al prócer.
Tal
es el caso del cabo Vitín Luna, quien en busca de un futuro glorioso en las
filas del ejército peruano, se une a las filas de los combatientes en las
sierras de Ayacucho, para poner orden y decirle quien manda a los terrucos[1] de Sendero Luminoso, huestes comunistas que
a comienzos de la década de los 80’s dominaban parte del territorio.
El cabo Vitín en La boca del lobo, Francisco Lombardi. |
Nos
encontramos en el destacamento de Chuspi, mísero pueblo donde catorce almas
vestidas de verde, arriban para hacer frente a un enemigo nuca visto, pero que
se sabe que está por ahí, oculto entre lo susurros del viento. El primer acto
patrio no puede ser otro que la izada de la bandera blanquiroja. Tampoco puede
ser de otro modo, que al día siguiente antes del amanecer, ondee en el mástil
la rojiza bandera comunista, con la hoz y su sempiterno martillo.
Echadas
las cartas están. Si el ejército patrio se hizo presente, también lo propio
hicieron las milicias revolucionarias. Y así se inicia una batalla de símbolos,
que pronto dará paso a la sangre, y en donde los hombres deberán saber de qué
están hechos, tan solo para descubrir que el enemigo está allí para arrancar de
tu alma el pecado o la virtud. Igual no importa qué, porque la guerra ha
comenzado, y quién dice que en la guerra alguien gana o alguien pierde.
Luego
de un primer incidente armado, una emboscada nocturna, donde pierden la vida el
Teniente Barzuto y un campesino detenido por sospecha de colaboración con los terrucos; hace su llegada descendiendo desde los
cielos (en helicóptero cierto, pero vale la metáfora) el teniente Roca. Un hombre
que ha forjado su carácter, salvado su vida y enfriado su carrera, al salir
airoso de un juego de ruleta rusa. Esa que solo tiene una bala y donde todo
depende de la suerte.
Las
reglas cambian. Ya no sólo se iza la bandera, también se obliga al pueblo en la
plaza central a entonar las notas del glorioso himno nacional, y Roca hace de
la trillada frase “O están con ellos o están contra mí”, la norma de vida de
este lejano Chuspi. Los rojos también se tornan más agresivos, pintando de
graffitis alusivos al maoísmo y de vítores a Abimael, en las paredes del puesto
patriota.
Pero
tienen que ser las miserias de nuestra condición humana, las que desencadenen
la verdadera tragedia. Kike, el mejor amigo de Vitín, primero ante tanta falta
de hembra, le da por violar a la única moza el pueblo. Y luego, ante la falta
de trago, irrumpe en un festejo de casorio. Como de lo primero se libra, pero
de lo segundo no; los asistentes al casorio lo denuncian por abuso de
autoridad. Para salir airoso del trance y ante tanto testigo inminente, a Kike
no se le ocurre mejor salida que apelar al sentimiento patrio por el que
luchan. Los campesinos no festejan casorio mi teniente, sino que gritaban vivas
a los comunistas. Y eso no se puede permitir, no qué va. Así Roca ordena que
tod@s campesin@s presentes en el jolgorio, incluidas sus crianzas, sean pasados
a detención y sus cabecillas a interrogatorio. Si las técnicas de interrogación
nunca han sido sutiles en la historia, menos con estos cholos[2] de mierda, que ni español hablan. Por lo que
la muerte de uno, no es más que un pequeño y común trámite que se debe pagar.
Pero y qué hacemos con los otros trenita detenidos que han pasado la noche
velando al compadre en los patios del cuartel. Pues fácil, nos los llevamos a
los límites del pueblo, allí donde comienzan las sierras y se cobijan los
senderistas y le damos como regalo, un fusilamiento masivo. A ver si aprenden
carajo!, grita Roca.
Pero
Vitín es tan noble como la Luna que le da nombre, por lo que es incapaz de
disparar. Decisión que le depara por parte del teniente, prisión por desacato.
Y las cosas entre hombres, se resuelven como hombres, así manda el honor y el
orgullo. Hagan sus apuesta pues, que Roca y Luna se van a batir en la ruleta
rusa.
Bien
se sabe que en estos juegos, nadie sale cantando victoria. Si bien Vitín salió
ileso de la bala de la suerte, y se la regala a Roca para que él haga lo que
todo hombre muerto tiene que hacer; a él tampoco le queda más camino que el
desertar. ¿Y si el pasado fue la Patria, el futuro qué será?
Ciudadanos
del mundo, uníos!
¿Quién
mató la llamita blanca?,
Rodrigo Bellot, Bolivia, 2007
Cuca Rivero en defensa de Mr. Bolivia.
Se
buscan, están entre Los Most Wanted
del territorio boliviano, a “Los Tortolitos” (Jacinto y Domitila rezan sus
nombres cristianos), pareja de collas dedicados al robo, saqueo y destrucción de iglesias,
contrabandeo de animales, y dependiendo de la ocasión, al tráfico de
estupefacientes. No se tiene foto exacta de su rostro, pues se ocultan tras
unos trajes de fantasía, dignos de llevarse el trono en los Carnavales de
Oruro. Según informaciones de la DEA[4], se dice que su actual misión es transportar
hasta la frontera con Brasil, cincuenta kilos de cocaína. Para su captura se ha
contactado a otro reputado dueto de la Fuerza Especial de la Lucha contra el
Narcotráfico (FELCN), conformado por El Perucho, experimentado hombre con 40 años
en la fuerza y con el pecho hinchado de odio a los cholos. Y aka[5] El Chicho, Robert Von Bergen, camba[6] de pura sepa.
La tropa completa de ¿Quién mató la llamita blanca? de Rodrigo Bellot |
Pero
como la travesía es larga, aún cuando se trate de un país pequeño, perseguidos
y perseguidores tendrán tiempo de jalarse un par líneas, fumarse unos porros,
chupar un rato, echar un pie (juntitos todos) en la fiesta de San Jorge en
Oruro, y hasta de ser infieles un poquito. Jacinto con una activista pro
defensora de la hoja de coca y la Domi con el Chico, que bien buenote está (y
quien dijo que las mujeres no se saben vengar de las traiciones). Gracias a
este desliz interracial, la Domi descubre que El Negro, aka Daniel White (tan blanco y tan gringo como
su nombre), les ha tendido una trampa. Pues si bien fue él quien los contrató
para el negocio, también fue quien les sopló a los del FELCN para que fueran
tras ellos. Porque así las cosas, el Negro no es más que el alto comisionado de
la DEA en el país.
De
este modo, y sabiéndose traicionados, nuestro tórtolos dan una vuelta de
tuerca. Venden gran parte de la merca al menudeo en la plaza central de Santa
Cruz, y cambian el paso fronterizo original, por el menos solicitado de Puerto
Suárez. Pero El Chico y El Perucho, también tendrán su punto de giro en esta
historia. Reunidos todos en el punto final de esta historia, descubren que los
cuatro no son más que unos collas
y unos cambas utilizados
por los que siempre están en la altura del poder, y cuya principal misión en
esta vida es llenarse los bolsillos y joder a todos los demás.
Pero
nadie contaba con la astucia de la Domi. Ella desde el principio lo tenía todo
planeadito. Cuando recogieron la merca en Oruro de manos de “El Tocayo”, Domi
le pasó a éste, bien escondidito, un micrófono y su respectiva grabadora. Por
lo que zas!, agarrados con las manos en merca todos. Claro que Mr. White, con
el tricolor patrio cruzándole el pecho, se lleva todo el crédito de la operación.
Pero eso ya que importa.
Los
Tortolitos lanzan al río el resto de la droga y se prometen una vida decente;
pues se puede colla y
digno, quién dijo que no. El Perucho, arrancó hacia el norte, en busca de un
futuro mejor para su él y familia, y El Chicho volvió a su ciudad natal y se
hizo modelo (ya les dijimos que buenote está). Su mejor póster reza: “Ya yo dejé
la Coca” (firma, Pepsi).
Pero
quién mató a la llamita blanca. ¿Hubo en realidad un crimen?. ¿Hay un culpable
verdadero en este país de la “Aymara Nation”, de Miss Litoral y Miss Autonomía?.
Crimen sí hubo. Una pobre y descarriada llamita fue atropellada en la vía que
comunica Oruro con Cochabamba. Responsable también, pues alguien debía conducir
para que se diera el arrollamiento. Pero claro, se dio a la fuga. Un hit and
run, le dicen los gringos.
Pero a mala hora venía en sentido contrario, pero cargado de mucho sentido
humanitario, Mr. Larsen. Que no es otro que Mr. Bolivia. Nacido por desgracias
de un mal cálculo en Santa Cruz, pero criado y educado en Nebraska como le
corresponde a su alcurnia. Sería por su poco e incomprensible español, o porque
a los noticieros siempre les da renta un escándalo conectado con la farándula,
pero al más digno representante de la belleza masculina nacional, le fue
imputado el crimen.
Porque
para ganarse una reputación en el imaginario de una nación convulsa, no hay
nada mejor que ser capturado por un lente. Y qué para ser héroe está
demostrado, sólo se necesitan quince minutos de exposición.
Qué
viva la clase obrera, ¡qué viva!
La
muerte de un burócrata, Tomás
Gutiérrez Alea, Cuba, 1966.
Derrotemos todas las trabas
que oprimen al proletario
cambiemos al mundo de base
hundiendo al imperio burgués.
“La Internacional”. Letra de Eugène Portier y
música de Pierre Degeyter.
No
hay mejor distinción dentro las otorgadas a los proletarios, que la del “Obrero
Ejemplar”. Aquel que todo lo dio en vida (porque esas distinciones se dan
cuando uno ya traspasó las fronteras terrenales) por la causa de la Revolución
y por hacer de ésta, el estadio más alto y último de la vida perfecta. Pero
todo tiene sus reglas, sus normas, sus trámites, su burocracia. Y para que este
Obrero Ejemplar entre con gloria a los reinos del señor, debe llevar consigo,
así lo han dispuesto sus compañeros, su carné laboral que lo acredite como tal.
Y así fue enterrado nuestro camarada proletario Francisco J. Pérez, quien
transformó el yeso en monumentos alusivos a la grandeza de Patria, y que con su
ingenio fabricó una máquina de producción en masa de bustos de Martí, para
satisfacer con eficiencia la demanda y lograr que en todo hogar del territorio
hubiese un altar para rendir honores al prócer nacional.
Juanchín en La muerte de un burócrata de Titón. |
Pero
en la tierra también se impone el orden. Por lo que su digna viuda, para
tramitar la pensión ante la autoridades estatales, debe presentar dicho carné.
Y como no se puede sacar duplicado, pues esto se debe hacer in titulo
personae, la solución es
sencilla: exhume el cuerpo, extraiga el documento, venga y preséntelo, que una
vez anexado al expediente, su pensión estará garantizada. No faltaba más compañero,
que dejar sin su derecho constitucional a la viuda de tan insigne trabajador. A
tal tarea se encomendará Juanchín, sobrino del difunto y quien siguiendo los
pasos de su tío, labora en un atelier de fabricación de afiches que enaltecen a
la recién victoriosa revolución.
Entonces…
Primer
paso. Se necesita para abrir la tumba, una orden de exhumación. Pero para
exhumar el cuerpo, se deben cumplir con una serie de requisitos. 1) Que tenga más
de dos años de haber sido enterrado. Pero el tío Paco tiene sólo dos días; 2)
una orden judicial; y/o 3) una autorización de la Secretaría de Sanidad.
Ninguna de las dos, la posee el deudo.
Segundo
Paso (y primero de la desesperación). Hablar en secreto con los obreros del
cementerio, para que en una rápida incursión nocturna, se abra el ataúd, se
extraiga el documento y todos felices a casa. Pero las vías fáciles e ilegales
tienen sus consecuencias. Y Juanchín si bien consigue el carné, termina con el
ataúd de su tío en la sala de su casa. Cosas de la inexperiencia.
Tercer
paso (de vuelta a la legalidad). Enterrar al tío. Pero no se puede enterrar a
quien a no ha sido oficialmente desenterrado. Así que volvemos al estado
inicial. A la orden de entierro debe ir anexada la orden de exhumación. Juanchín
se dirige entonces a la Oficina Nacional de Trámites. Luego de recorrer con su
petitorio el escritorio 12, el 26 y el 42, obtiene el ansiado papel, pero le
hace falta el cuño. Fácil, sólo tiene que dirigirse al Departram (Departamento
de Aceleración de Trámites) y allí estará todo resuelto. La cola es larga, pero
la necesidad es mayor y justo cuando nuestro obrero, aún no ejemplar, se
encuentra frente al funcionario en cuestión, suena la campana que anuncia el
fin de la jornada laboral por ese día. ¡Compañero, esto no puede ser!
Cuarto
paso (el segundo de la desesperación). Escondido y a la espera de la salida de
todos los funcionarios del Departram, Juanchín se hace con el cuño. Pero al
intentar salir, descubre que todas las puertas están cerradas con llave, pues
hay resguardar todos los papeles que dan fe de todos los trámites de todos los
camaradas. Pronto pues, a buscar escape. Salga usted por una ventana, camine
con cuidado por alfeizar, entre por otra y huya. El problema se presenta,
cuando usted que por culpa del vértigo casi resbala, hace un escándalo y los
transeúntes lo confunden con un suicida y van por su rescate. Nada que no pueda
ser atendido por un psiquiatra, y que bajo la vigilancia del Sr. Ramos su jefe
y casi un padre, no pueda ser sanado.
Quinto
paso (a medio camino entre lo legal y las soluciones rápidas). De vuelta al
cementerio con el papel acuñado, se descubre hace falta la firma de validación
en el mismo. Pero en las oficinas del Departram todos han partido a la marcha a
favor de “La muerte de la Burocracia”. Por consejo de la atribulada tía,
recurre a eso del uso de las influencias y le pide ayuda al Sr. Ramos; quien de
manera rápida firma el papel. Total, sólo es eso, una rúbrica. Negro sobre
blanco.
Sexto
paso (y último, que ya casi lo logramos, que todo está en regla). De nuevo en
el Cementerio, Juanchín recibe la buena nueva de que el documento que el trámite
exige cumple con los requerimientos. ¡Gracias Marx, por los favores recibidos!.
Así pues, se dará cumplimiento a la orden exhumación del cadáver. Ante el
descubrimiento por parte del director del cementerio de que en la tumba cadáver
no hay, y la confesión desesperada de Juanchín del verdadero paradero del
difunto y de cómo fue a dar a donde está; se procede pues, como manda la ley, a
denunciar el delito ante las autoridades. Delitos varios: usurpación de cuerpo,
necrofilia y vampirismo, entre otros. (Unos minutos después, también se le
sumará a la lista de imputaciones contra Juanchín, el cargo de homicidio, no
sin que antes de su muerte, el director del campo santo decrete, que ese muerto
no se lo entierran en sus predios).
Nada
sabremos nosotros de lo que luego acontecerá en esta fábula. ¿Podrá ser
enterrado el Obrero Ejemplar que en vida fue Don Francisco J. Pérez?; ¿pasará
el resto de sus días nuestro compañero proletario Juanchín, quien en sus últimas
andanzas hizo todo por cumplir con los trámites para darle a su tía una justa
pensión, en una cárcel o una institución psiquiátrica? (recuérdese que ya tiene
antecedentes).
Más
aún, cuando la muerte toque a la puerta de nuestro compañero camarada
proletario Juanchín, ¿será merecedor de alguna distinción honorable por haber
cumplido a cabalidad (con algunos matices, pero recuérdese que estaba alterado
por el fallecimiento de quien en vida fuera como su padre) con todos los trámites
que el Estado exige para el perfecto funcionamiento y transcurrir del nuevo
orden social?. Después de todo, algunas de las pancartas que se enarbolan en
las dignas marchas, que penden de las paredes de los proletarios hogares y que
cuelgan enmarcadas en los departamentos administrativos del estado
revolucionario, tienen el trazo de la laboriosa mano de este anónimo obrero.
Digno Sísifo que nunca desmayó ante el peso de las adversidades y que merece,
como su tío, ser enterrado con su pertenencia mejor ganada: el certificado de
exhumación de un Obrero Ejemplar.
Madre,
solo hay una. Gracias a Dios
La
oveja negra, Román Chalbaud,
Venezuela, 1987.
Dios te salve, María, llena de gracia, el
Señor es contigo. Bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de
tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores
ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
Madre
de uno, madre de todos. Madre elegida por la mano del Dios creador, que al dar
a luz a nuestro señor Jesús, nos cobijó bajo su manto a todos y todas. Madre
que nos guía por los caminos de la redención, madre misericordiosa que nos da
su perdón. Madre de las Magdalenas, de los Barrabás, de los Judas Iscariote.
Madre también de los Herodes, quienes ante su impotencia de paternidad,
quisieron acabar con todo vástago nacido de tu vientre, o adoptado bajo tu
santo halo protector. Y por ese don divino, tú María, has reencarnado a los
largo de los tiempos en todas las madre del mundo, transmitiéndoles tus dones,
tu sabiduría y preñándolas del sacrificio que deviene en gracia eterna.
La Nigua en La oveja negra de Román Chalbaud. |
En
este pandemonium de ciudad que es Caracas, capital de todas las virtudes y
pecados, tu pesebre se ha transfigurado en un abandonado templo, que en antaño
cobijaba imágenes que nos hacían olvidar las pesadillas. Tu rebaño es el rebaño
de los marginados, de los que más creen en la fe del hombre, que en las letras
de los libros doctos.
Tu
nombre ya no es María, la vida te ha dado figura animal: “La Nigua”. Tus hijos
no fueron bautizados como Jesús, Pablo, Juan, Mateo o Lucas. Tus hijos son
Hermes, Evelio, Esotérico, Cigarrito, Cieguita, y Sagrario, entre muchos otros
que conforman esta sagrada familia. Una familia devota, que en cada Semana
Santa cumple su promesa, para que Dios continúe con su labor de proteger a los
pobres; y que espera a diciembre, para que con la celebración de la natividad y
guiados y por las estrellas, el golpe mayor les traiga la buenaventura que la
sociedad les ha negado.
Gracias
a tu sapiencia y liderazgo Madre Nigua, repartes los panes en equitativa
distribución; reconoces en cada uno de los miembros de tu rebaño, los dones que
la vida les ha dado y les enseñas a ponernos en práctica en nombre del
beneficio colectivo. Pero más allá
de las paredes de tu santuario, la presencia del mal uniformado de ley, reclama
sus derechos sobre María Magdalena y el hijo que alberga en su vientre. Deberás guiar a tu ejército de
templarios, para resguardar al nuevo heredo del trono que está por venir.
Así,
cuando la estrella de Belén falló en sus presagios, cuando las balas te
arrebataron el fruto de tu vientre y sólo quedó la defensa del nuevo redentor
que nacerá de las entrañas de Sagrario; tomaste tus armas, un fusil de
metralleta en mano, abriste las puertas del templo y te inmolaste en la defensa
de todos los indefensos del mundo. De todos aquellos a quienes un Dios
embalsamado, no presta oídos. De todos aquellos quienes en el nombre de la ley,
son llevados al cadalso.
Pero
de los pobres es el reino del Señor. Y de Marías, Niguas y Sagrarios está
poblado este mundo. Porque como nos dijera otra Madre, hay hombres, ríos de
hombres; pero todos ellos marchan en busca de la Eva primigenia, de cuyo
vientre nacimos todos.
Vete
niño, vete
Machuca, Andrés Wood, Chile, 2004.
Chico de mi barrio / flores en el pelo/ y los
pies descalzos
Chico de mi barrio / con la cara sucia / y el
cabello largo.
“Adiós chico de mi barrio”, Tormenta.
Cuando
la madurez nos alcanza, no hay tiempo más teñido de inocentes recuerdos que la
infancia, época en la creíamos en cuentos de hadas y en que todo mañana sería
rosa y próspero. Tiempo donde no había prejuicios y los miedos eran borrados
por el beso nocturno que una madre o una mano amiga nos podía dar. Tiempo donde
las cosas siempre serían como las soñábamos o como creíamos, gracias al tamiz
que nuestra poca experiencia nos brindaba.
Gonzalo, Silvina y Antonio en Machuca de Andrés Wood. |
Así,
en el Chile de 1973, un grupo de niños pequeño burgueses están a salvo de la
crisis que se avecina, tras los altos muros de la Escuela para Varones de Inglés
San Patricio. Privilegiado reducto, hasta que un día su director, el Padre
McEnore, pone en práctica lo que en un principio es un experimento de
tolerancia e inclusión, y que luego se transformará, en el verdadero retrato de
lo que en las calles se estaba viviendo a pocos días del fatídico 11 de
septiembre.
La
vida de estos niños burgueses transcurre sin aspavientos. Las travesuras de
siempre entre los inocentes, víctimas de los más astutos que no pierden
oportunidad de joder al más débil. Pero un buen día traspasan las murallas del
templo del santo irlandés que abatió a los dragones, un grupo de niños
provenientes de los suburbios de Santiago, un territorio lejano y ajeno a la vida en capital y desconocido para
los futuros hombres de bien de la patria. Una nueva repartición territorial de
los pupitres, une a los ojos azules y el largo cabello rubio de Gonzalo
Infante, con la tez morena y la mirada negruzca de Antonio Machuca.
Nadie
puede decir cómo, ni cuándo ni porqué. Pero entre Gonzalo y Machuca comienza a
tejerse eso que llaman amistad. Para cada uno, hay un nuevo mundo que descubrir
en el otro. Un país de maravillas, un territorio virgen, que ambos están
dispuestos a conquistar. Para Machuca se trata de las fiestas y de probar su
primer trago (y tener su primera resaca), de leer una edición original del
Llanero Solitario, de obtener ayuda en su primer examen de inglés. Pero para
Gonzalo será mucho más. Será el inicio del fin de la infancia.
Junto
con la familia de Machuca, venderá banderitas de ocasión en las marchas de
ambos bandos enfrentados en las calles. Y presenciará en éstas, no sólo las obvias
diferencias de clase, sino todo aquello que ve a diario en su querido San
Patricio, un país sordo que no se entiende, que no puede dialogar. Sabrá de los
peligros de una bandera roja en una marcha de momios[7], del poder de una cacerola vacía, y del rencor
de los que las tienen vacías por injusto destino. Pero también con Machuca y la
joven prima de éste, descubrirá que el amor puede estar escondido en unas latas
de leche condensada. Y que sabe tan dulce tan como éstas. Que la alegría está
en un partido fútbol, en un paseo en bici, en corear vítores por una vida
mejor. Y que una vida mejor, no es sólo del tamaño del baño de tu casa, en caso
de que lo tengas. O de la cantidad de aceite que atesoras en tu despensa.
Pero
el destino siempre nos alcanza. Y llega el 11 de septiembre, porque el “socialismo
está bien para Chile, pero para nosotros no” (frase celestial del padre de
Gonzalo). Y como de la restauración del orden no escapa ni Dios, San Patricio
será transformado en cuartel. Y al carajo el proyecto del Padre McEnroe, que
los pobres no están para aprender inglés, ni los ricos para pagarles sus
estudios. Así, de la mano del ejército, se hace de la infancia un pasado que no
ha de volver más.
Antes
de la derrota final, Gonzalo hace su última rebeldía ante el poder. Dejar en
blanco su examen. Sin embargo, nadie le avisó que la cobardía también forma
parte de las virtudes que afloran con la pérdida de la inocencia. En su última
visita a las barrancas donde habita Machuca, se topa con el ejército en el
pleno ejercicio de su limpieza social. Ve morir a su amada ejecutada de un tiro
a quemarropa, y justo antes de que los milicos lo suban a la carroza de
Caronte, grita en su justa defensa: “Yo no soy de aquí. Mírame”. Porque así es
la niñez, no sabe de sombras, pero tampoco de cielos.
De
regreso a la normalidad impuesta en el país, Gonzalo ya no será más un niño. Ya
no crecerá creyendo en cuentos de hadas. Los príncipes que besan sus amadas
para despertarlas de la pesadilla del mal, han sido transformados en guerreros
de verde, que donde ven a una joven doncella la mancillan con sus fusiles. Por
algo el fin de la infancia coincide con el fin de la inocencia, pero aquella
siempre estará llena de héroes, tan solitarios como el llanero. Y a los momios siempre los perseguirá el miedo.
Juventud,
divino tesoro
La
perrera, Manuel Nieto Zas,
Uruguay, 2006.
“Fuiste mi vida, fuiste mi pasión / fuiste mi
sueño, mi mejor canción / Todo eso fuiste, pero perdiste.
Fuiste mi orgullo, fuiste mi verdad / y también
fuiste mi felicidad / Todo eso fuiste, pero perdiste.”
“Fuiste”, Gilda.
La
juventud es la época del despertar, de asumir la rebeldía como destino, de
tener el derecho a no saber qué queremos del futuro, pero sí lo que no deseamos
hacer en el presente. Porque el presente se basa en la inmediatez del sexo sin
compromiso, de porro apurado, del trago hasta el amanecer, del dinero que fácil
se va, sin saber de dónde viene. Es el tiempo de no preguntarnos quiénes somos
y no tener idea de quién seremos.
David en La Perrera de Manuel Nieto Zas. |
Y
así está David. Alejado de todo en un abandonado balneario de Uruguay, poblado
de otros jóvenes como él, muchos perros, nada de chicas y suficiente tiempo
libre para el vagabundeo. Porque David es un vago, pajero, drogadicto de
primera, con los huevos enfermos por falta de hembra, y para quien la
construcción de su casa encomendada por su padre (para hacerlo hombre, obvio),
es sólo una manera de pasar el tiempo, de esperar lo que le trae el día
siguiente. Una casa que construye con sus amigos de juerga, hecha de los
retazos de todo material encontrado en el camino. Como su propia vida, hecha de
las sobras que los demás le dejan: las sobras de su “novia” citadina, del fiado
en la tienda, del último pedazo de un porro hallado bajo la cama, cuando ya
nada queda.
Pero
hasta la juventud toca fondo. Cuando Evelín promete una nueva visita en compañía
de sus amigas venidas desde Montevideo, y sus amigos y los perros se preparan
para romper la rutina en buena compañía y así liberar al hombre atrapado que
les hace doler los huevos, comienza la terrible asunción de la colina de la
madurez.
Las
amigas de Evelín no son más que un transfo de quinta, con quien sus amigos borrachos descargan las
hormonas y el odio; su Evelín del verano, no es más que otra chica que duerme
con el mejor caza hongos del invierno y su casa no es más que desechos de un
sueño que nunca tuvo.
Así
que a David no le queda más que aceptar que ese año estacionado en el abandono,
pasó como pasan las estaciones, o como pasan las resacas de cada noche. Vuelve
cabizbajo al padre, pidiendo sus apuntes para su tercer examen de admisión a la
universidad y un poco de dinero para emprender su retorno a Montevideo. Allí
busca a sus antiguos amigos, quienes han partido, hacia un futuro que él nunca
tuvo la disposición de imaginar. Espera toda la noche en las escaleras de un
edificio la llegada de Evelín, que lo sorprende dormido. Tan sólo para acabar
hecho un ovillo, en los bancos de la estación de buses, con un boleto de
retorno quien sabe a qué destino.
Al
final, todo termina como al inicio, con una juventud que se niega a partir,
pero que parte. Solo, ignorado y derrotado. Porque si la infancia culmina con
la pérdida de la inocencia; la juventud termina con tu primera derrota. Por
ello es que la juventud será todo eso que fue y que sigue siendo en el olvido.
En
un beso, la vida
Rosario
Tijeras, Emilio Maillé,
Colombia, 2005.
“Vos nunca entenderás lo que yo hago, así
que contentáte con lo que te hago a vos.
Rosario Tijeras
Para
sobrevivir a la vida, a la miseria, a una Medellín de putas y de corazones, de
drogas y de pistolas, de machos y niñitos bien; a Rosario no le quedó más que
disfrazarse de femme fatale.
Como todas las de su especie, nadie supo nunca ni su verdadera edad, ni qué
escondía bajo esa piel forrada de lujosos trapos conseguidos al precio del
sexo, noches de farra y muerte. Porque “quienes comienzan temprano en el sexo
[y todo lo que con ello viene sin pedirlo], más posibilidades tienen que les
vaya mal en la vida”[8]. Y esta femme, no es la excepción del barrio, ni del
cuento.
Rosario en Rosario Tijeras de Emilio Maillé. |
Para
nosotros, venidos de los lujos de la burguesía, Rosario era todo lo que siempre
quisimos y que nunca pudimos encontrar entre la niñas bien de nuestro colegio.
Esas niñas que se subían las faldas, tan sólo si les prometías un matrimonio
lleno de oropeles. Rosario en cambio fue quien nos bajó los pantalones, no nos
hizo promesas (y mira que se las pedimos) y ella tampoco jamás las dio.
Rosario
era una sobreviviente. Supo rodearse de enemigos que estaban a su altura. Supo
ganarse el respeto que un buen escote y la pistola que en él se oculta, le
podían brindar. Supo desgastar la noche hasta sus últimas consecuencias,
construir su propio código de vida. Supo ser ultrajada y supo de la venganza.
Supo ser despreciada por su madre y amada por su hermano. Supo ser amada por
nosotros también. Pero nunca supo, y de eso se trata su vida, amar de verdad.
Porque siempre que se acercaba un poquito a eso a que los románticos tanto le
cantan, un balazo se interponía.
Para
cuando Emilio se enamoró de ella, y yo también en el fondo, pero jugando al
amigo fiel (y al pendejo cobarde que no se atreve a decirle nada, porque el
momento justo siempre se escapaba antes del amanecer), Rosario ya estaba
curtida. Porque Rosario sí que era una de esas mujeres heroicas con las que uno
sueña. Ella sí que era la princesa inalcanzable de los cuentos de hadas
urbanos, donde no hay castillos, donde no hay príncipes. Sólo los enanos que la
rodean, esperando de ella una simple mirada que nos haga creer que es toda
nuestra, y que sea la muerte la que nos separe. Y en eso sí que ella cumplió
con el libreto.
De
Rosario, todos sus hombres partían al morir. Hasta que la vida le dijo que
hasta las princesas también se mueren. Y que ella no era la excepción. Porque
siguiendo los mandamientos de la fábula, Ferney su carnal de infancia, la besó
apasionadamente hasta que le metió un balazo en el abdomen, tragándose sus
últimos alientos en el templo moderno que es la discoteca.
Ella,
la gran mantis religiosa protagonista de nuestras fantasías, llegó sin traje
blanco y sin carruaje, un día cualquiera a las 4:30 de la madrugada, a lo que
sería su última morada. Y entonces, convertida en una más del barrio, me dijo
como todos los que sienten en su boca el presagio de una muerte segura: “Yo no me
quiero morir, parcero”.
Y
así, la leyenda de Rosario Tijeras fue escrita con tinta roja. Sus aventuras y
desventuras perduraron en el tiempo. Diosa mítica del barrio, protagonista de
película. Una película de esas que siempre volvemos a ver, de la que sabemos el
final y que por saberlo, es que tanto nos gusta. Porque de nuestr@s héroes y
heroínas, ya nos sabemos el cuento entero. Porque ell@s son l@ que son, porque
están muert@s. Y uno siempre termina llevándole flores a sus tumbas y esperando
que en la noche, casi cerca del amanecer, alguien venga y te pase de nuevo esa
peli, a ver si conciliamos el sueño y alejamos las pesadillas.
Filmografía
La
boca del lobo, Federico
Lombardi, Perú, 1988.
¿Quién
mató la llamita blanca?,
Rodrigo Bellot, Bolivia, 2007
La
muerte de un burócrata,
Tomás Gutiérrez Alea, Cuba, 1966.
La
oveja negra, Román Chalbaud,
Venezuela, 1987.
Machuca, Andrés Wood, Chile, 2004.
La
perrera, Manuel Nieto Zas,
Uruguay, 2006.
Rosario
Tijeras, Emilio Maillé,
Colombia, 2005.
Bibliografía
y Referencias
-
FRANCO, Jorge. Rosario Tijeras.
Editorial Planeta Colombiana, Colección Booket, 2005, Colombia.
-
Gilda, “Fuiste” (canción).
Versión original de Gilda.
- “La Internacional”, Himno de la Clase
Obrera (también del proletariado, de los socialistas y de los comunistas).
Himno de la Internacional Socialista
-
Tormenta. “Adiós chico de mi barrio” (canción).
Video original de Tormenta.
Notas:
[1] Terruco: voz que en el Perú se usa para
designar a los terroristas.
[2] Cholo: Según el Diccionario de la Real
Academia Española
(DRAE): mestizo de sangre europea e indígena. También, dicho de indio que
adopta los usos occidentales.
Otras referencias, nos indican que en ciertas voces
indígenas significaba “perro”. Y muchos autores lo califican de una voz con
carácter peyorativo.
[3] Colla: Según el DRAE, se dice del
individuo mestizo de los pueblos diaguitas, amaguacas, atacamas, quechuas o
aimaras, asentados en la Puna o provenientes de ella. En Bolivia, también se
dice de las personas que habitan en las mesetas andinas, o el la región
occidental de Bolivia. Otras fuentes nos señalan, del uso despectivo de este
vocablo.
[4] DEA: siglas en inglés del “Drug
Enforcement Administration”. El Departamento de Antinarcóticos de los EE.UU.
[5] AKA: siglas en inglés para “As know
as”, traducido como “mejor conocido como”.
[6] Camba: Según el DRAE, indio o mestizo del
oriente de Bolivia.
[7] Momio: Voz que en Chile se usa para
designar a los que políticamente están alineados con la derecha o los
ultraconservadores. De amplio uso por la izquierda en los años de Allende.
[8] FRANCO, Jorge, Rosario Tijeras, p. 23.
Publicado originalmente en Tragacine (www.tragacine.com)
Nº 4. Marzo 2015.
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