I.- Cámara ojo, cámara de género
Con el surgimiento del feminismo, las cosas
se pusieron difíciles para los hombres: minifaldas y piernas al desnudo por
doquier; matriarcado reivindicado;
Simone de Beauvoir por encima de Sartre; las mujeres hablando de su
cuerpo, de la pastilla (y luego vino la pastilla del día después), del derecho
al aborto, y hasta féminas cyborg.
La cosa no está fácil para Adán y sus descendientes masculinos. Hasta Caín
y Abel se pelearon al comienzo de la historia cristiana. Y todo por culpa Eva,
que se comió la famosa manzana. Pobre Newton, a quien después le cayó encima. Y
entonces, una se pregunta, cuál es la mirada de los hombres sobre las mujeres. ¿Machistas,
arrechos, resentidos, respetuosos, etc?.
Nuestro cine ha dado muestras de cómo el
hombre aborda a las mujeres. Comienzo por Chalbaud. Si alguien tiene dudas,
vean a personajes como La Garza, la gran Carmen, o La Nigua, por citar pocos y
sin olvidar El rebaño de los ángeles (que son más bien ángelas). También Walerstein, con obras como De
mujer a mujer, o Macho y
Hembra.
Y sumemos a Bolívar, no sólo con sus
pelis (Rosa de Francia),
sino incluso con sus telenovelas. Vean los nombres para comprobar que adora a
las mujeres: Cosita Rica (y una feminista diría que eso es usar a la mujer como
objeto sexual), María María, Destino de mujer, etc; y a Iván Feo con Ifigenia. Cabrujas divorció por primera vez a una
protagonista en nuestras telenovelas (Natalia de 8 a 9), y con Leonela, un prota viola a la prota… Jamás se olvidará
la frase musical de Gualberto: “soy el ladrón de tu amor, tu mal recuerdo”. José
Antonio Varela (y de la mano de un texto de Farruco), explora las aventuras de
Tita. Más reciente, Luis Alberto Lamata nos contó la vida de Azú, peleando
antes de que el feminismo pensara existir. Y los hermanos Rodríguez retrataron
el mundo de Ana y su lucha.
Con esto no desestimo el trabajo de nuestras
cineastas Fina, Solveig, Mariana, Marité, las Andreas (Ríos y Herrera), Las
Taguaras, etc. Pero pienso, cuando me convocan a escribir sobre el tema, como
mujer, ver cómo nuestros compañeros masculinos nos ven y nos sienten. Caso
particular que me llama: Cheila una casa pa’maíta. Un escritor hombre y un director hombre. Y
sin embargo aborda a un hombre, que se hace mujer. No olvidar que la actriz, es
en realidad un actor, trasvesti.
Nuestro cine (y en otra época nuestra
televisión) ha sido arriesgado en abordar temas difíciles: Oriana el incesto, Macú la usurpación de la niñez de parte del
poder, las personas con
discapacidad (Más allá del silencio, o Brecha en el silencio), violaciones (como en Leonela), nuestro documental combatiente y su
fuerza, etc. Pero parto de Cheila para este artículo, pues los transgéneros
ahora tienen voz.
Si algunas feministas piensan que hay una
mirada femenina ante las realidades retratadas; podríamos atrevernos a pensar
que hay una mirada femenina desde lo masculino sobre la mujer. La respuesta no
es nada fácil. Por eso nos atrevemos a preguntarnos cómo un hombre, interpreta
la transformación de otro hombre en mujer. Es de la mano de Elio Palencia y de Eduardo Barberena como
director, que indagaremos.
II.- El pene y la vagina
Cheila viene a su Venezuela natal, no sólo
para reencontrarse con su familia, sino para velar por la casa (la quinta
Dayana en la obra de teatro original), con el fin de venderla o hipotecarla,
para hacerse la operación de cambio de sexo. Viene con su pareja, no por
casualidad mujer.
Cheila nació mujer en cuerpo de hombre. ¿Es
eso posible?. Sin entrar en tratados sobre el tema, de los que me confieso
ignorante, prefiero irme de la mano de la literatura y citar a Paz Soldán en su
novela Río Fugitivo,
cuando de la mano del Doctor No, profesor de Biología, nos dice que la genética
es un misterio, sobre todo porque uno no sabe de qué pasado le viene a uno ese
presente. ¿En algún cromosoma del
pasado desconocido de Cheila, habrá una mujer que se posó sobre su sino?.
O nos vamos al marxismo, dejando a Darwin, y
decimos que uno se labra su propio destino, luchando contra las fuerzas históricas.
Que uno tiene libre albedrío, pero hay que pelearlo. El caso de Cheila parece
ser este último.
Su familia no tiene problema con su cambio de
sexo, hasta que eso se entromete en los asuntos de “la casa”, y es literal. No
tiene problemas con su novia, hasta que su hermano decide “echarle los perros”.
Cheila, una casa pa' maíta de Eduardo Barberena.
Siendo hombre con pene entre las piernas al
nacimiento, y mujer por decisión en su adultez, aún con pene entre las piernas;
tiene más vagina que muchas de las mujeres de esa casa, y hasta algunas de las
que conozco en mi vida “real”.
Ante el desastre de casa que es esa casa,
Cheila asume el rol de madre, que su propia madre no ha podido (o no ha
querido) asumir. Arregla el chiquero en que se ha convertido la cocina; habla
con sus hermanos para darle consejas y tratar de que pongan orden en su vida
tan descarriada; asume con total maternidad a sus hermanos menores (hombres
ellos). Al final, ella misma se convierte en madre, en las frías tierras del
Canadá.
Si tiene algún parecido con la actitud de La
Nigua en La oveja negra,
no es casual. Chalbaud ha retratado a la mujer venezolana en su totalidad. La
ternura que La Nigua y La Garza, profesan por sus ladrones protegidos (y hasta
adopta a la novia de su hijo, para protegerla de un padre abusivo), o por las
putas del burdel, no tiene parangón en nuestro cine. Jamás olvidaré tampoco,
esa gran escena, cuando Carmen, cayena en la oreja, baja por las escaleras del
barrio. Cómo no entender (y homenaje a Mayra Alejandra, que se nos fue en físico),
la perdición que esa mujer que destila sexo por todos lados, provocó en los
hombres que pasaron por su vida.
Hay también una señorita que escribió un
diario porque se fastidiaba, llamada Ifigenia. Iván Feo, con Maira Alejandra
Martín en el rol de la aburrida, retrató no solo una señorita clase alta,
dedicada a lo que las leyes de esa sociedad pedían de las mujeres (hacer punto,
tocar piano y esperar a ser casamentera), sino que gracias a ese ojo masculino,
con mucha testoterona, nos brindó la intimidad de un diario, esa cosa tan
femenina, tan de adolescencia; con una mirada más de vagina, que de pene.
Ifigenia de Iván Feo.
III.- No se trata de sexo, sino de género:
es una cuestión de actitud
¿Y qué tiene Cheila en común con Ifigenia,
con la Garza y La Nigua (por citar algunas y no hacer esto largo)? . La vocación de madre, a mi parecer. En
mi criterio, la vocación maternal no es propiedad femenina. Obvio que somos
nosotras quienes gracias al útero y demás razones biológicas, por ahora (habrá
que ver la futura teoría cyborg), podemos parir. Pero ser madre no es sólo parir. Es una
actitud ante el otro. La Garza, La Nigua, Ifigenia (en su maternidad
adolescente, que es ser madre de ella misma), y Cheila; protegen a sus seres
queridos, paridos o no, para formar una familia socialmente funcional. O al
menos, no divergente y no fuera de “la ley” (La Garza y La Nigua, tienen sus
propias leyes dentro del submundo en el que viven: “la sagrada familia”). Y
como la familia es sagrada, quién mejor madre, que Cristo.
Otros ejemplos de la maternidad masculina que
se me vienen a la mente es Las invasiones bárbaras, cuando la joven Nathalie se hace cargo de
Remy, en su partida al otro mundo. O en Submarino, cuando Nick, se hace cargo de su amigo
(fallidamente) y de su sobrino, dada la muerte de su hermano. Almodóvar es un
caso único. Cuando dice uno de sus personajes trasvesti: “Nada es más parecido
a una, que lo que una soñó ser”. O algo tan parecido como un hombre a una
mujer.
Acaso el retrato de las mujeres en Pantaleón
y las visitadoras es válido.
El retrato del matriarcado, dictado por la cholita clásica en Quién mató la
llamita blanca, nos habla de
esa Bolivia profunda. No es por pedantería, pero vi ese matriarcado en Santa Cruz,
en mi única visita a esa ciudad. Ella era su mujer y recolectora del micro que
ambos gerenciaban (¿esa palabra aplica?). Ella le ordenó a su marido
estacionarse en la última parada de las afueras del octavo anillo, para
llevarnos a mí y a mis panas a tomar un taxi al centro. Regateó el precio, y
nos dio su celu luego de anotar la placa, y que si nos pasaba algo, la llamáramos.
Por tres días tuve su celu en el dorso de mi mano. Y quién mató a la llamita.
Nadie ha matado a esa llamita. La mirada
nunca es inocente, pero depende, volviendo al marxismo, de las fuerzas históricas
y del libre albedrío y pensamiento. Cheila tiene mucho de mi cholita boliviana;
de las mujeres de Román; de ese diario íntimo de Ifigenia (el diario como
secreto, la vida sexual de Cheila como secreto, sus inyecciones y la procesión
va por dentro); de NIck, quien hace un retorno a la vida, vía su sobrino; y de
lo que uno sueña para parecernos.
Cheila, una casa pa'maíta de Eduardo Barberena.
Tengo un libro que se llama El racismo
oculto en una sociedad no racista.
Trata sobre que en Venezuela no hay racismo y somos “burda de”. Decimos que
somos feministas, pero somos una sociedad matriarcal que avala el machismo. No
hay estadísticas que nos den datos confiables de la cantidad de hombres
golpeados por sus mujeres. Cuando estuve en el Festival Internacional de La
Habana (2005), el documental que ganó, era una obra mexicana titulada Toro
Negro. Y esa mujer le pegaba
en cámara al pana!!!. Yo conozco al menos dos hombres golpeados. ¿El feminismo
también se encarga de la otra cara?.
Me declaro mujer (no sé si feminista, otros
lo dirán), pero pienso que es bueno ver con otros ojos a nuestros compañeros,
que luchan igual que nosotras y a veces, nos retratan de manera genuina.
Obras citadas:
Cheila, una casa pa’ maíta. Eduardo Barberena, con guión de Elio
Palecia, basado en su obra La quinta Dayana. Venezuela, 2010.
La oveja negra, Román Chalbaud. Venezuela, 1987.
El pez que fuma, Román Chalbaud. Venezuela, 1977.
El rebaño de los ángeles, Román Chalbaud. Venezuela, 1979.
Rosa de Francia, César Bolívar. Venezuela, 1995.
Más allá del silencio, César Bolívar. Venezuela, 1985.
Ifigenia, Iván Feo. Venezuela, 1986.
De mujer a mujer , Mauricio Walerstein. Venezuela, 1984.
Macho y Hembra. Mauricio Walerstein. Venezuela, 1984.
Oriana, Fina Torres. Venezuela, 1985.
Macú, la mujer del policía, Solveig Hoogensteijn. Venezuela, 1987.
La clase, José Antonio Varela. Venezuela, 2007.
Brecha en el silencio, Hermanos Rodríguez. Venezuela, 2012.
Azú, alma de princesa, Luis Alberto Lamata, Venezuela, 2013.
Las invasiones bárbaras, Denys Arcand, Canadá, 2003.
Submarino, Thomas Vinterberg, Dinamarca, 2010.
Pantaleón y las visitadoras,
Francisco Lombardi, Perú, 2000.
Quién mató la llamita blanca, Rodrigo Bellot. Bolivia, 2007.
Toro negro, Carlos Armella, Pedro González-Rubio, México,
2005.
Libros:
Paz Soldán , Edmundo, Río fugitivo. Editorial Nuevo Milenio, La Paz, 2008.
Montañez, Ligia. El racismo oculto en una
sociedad no racista. Fondo
Editorial Tropikos, Caracas, 1993.
Nº 2. Junio 2014.
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