I.-
El filme: Treblinka, Sérgio Tréfaut.
Portugal, 2016.
“Cuando
viajas con alguien... siempre tiendes a mirar lo que te rodea con
extrañeza mientras que, cuando viajas solo, el extraño siempre eres
tú”.
Enrique
Vila-Matas.
Vamos
rumbo al Este, ese temido Este que tiene como punto de origen, el
muro que separó al territorio alemán. Es un viaje lento, pausado,
que pareciera no tener fin, aunque su fin está ya encerrado en sus
vagones. Vamos hacia Treblinka. Una Treblinka que pareciera quedar,
incluso más allá de los Cárpatos, mucho más allá. Porque es un
viaje hacia la muerte. Un viaje lento, pausado, con un definitivo
final.
Es
un tren habitado por fantasmas. Seres desnudos, porque para morir no
hacen falta las ropas. Ni tampoco hacen falta éstas, en el más allá
de la frontera del horror. A través de las empañadas ventanas del
vagón, porque es un viaje de invierno, sólo vemos estaciones
vacías, quizá con algún paseante que desconoce la carga que dicho
tren porta en su interior.
Pero
ahí, junto a los fantasmas, se encuentra una elegante mujer. Una que
regresó del horror y ahora emprende el retorno, para recordar y
reconocerse en sus compañeros de ruta. Y junto a ella, viaja una
voz, la voz de otro ser que sobrevivió a los viajes: al de ida y al
de regreso. Ella es Marceline Loridan-Ivens, la viuda de Jori Ivens,
quien sobrevivió a los trabajos forzados en Birkenau. Él en cambio,
es uno de esos pocos que no sólo lograron sobrevivir en Treblinka;
sino que además, se fugaron en una acción sin precedentes en los
campos de concentración polacos. Su nombre es Chil Rajchman, quien
recogió su dolor y tormento, en el libro Treblinka: a survivor’s
memory (Je suis le dernier juif, en francés). A estos
testimonios, el director de origen brasileño, sumó las confesiones
de Frank Stangl -el jefe a cargo de Treblinka- recopiladas en forma
de entrevistas por Gitte Sereny en Into That Darkness.
Para
evitar “el turismo del holocausto”, que infesta los trenes que
desde el Oeste parten hacia Polonia, y para evitar caer en la
banalización de las imágenes del horror (una banalización que muy
explica Susan Sontag en Ante el dolor de los demás),
Tréfaut opta por el ensayo-autobiográfico como forma para narrar la
historia de millones de judíos (pero no sólo ellos), que fueron
exterminados por un poder ciego, pero sobre todo, temeroso del otro.
Para el director “la palabras pueden ser más fuertes que las
imágenes”.
Por
esta razón, Tréfaut opta por una imagen cerrada sobre sí misma: el
interior del tren, donde habitan cuerpos sin identidad ni dignidad
alguna, como sus viajeros de la época. Y a ellos, a ese espacio
cerrado que es metáfora de las fosas comunes a dónde serían
arrojados; les superpone una voz en off, que nos narra cómo
sobrevivió ese hombre que pudo ser otro; y que de hecho, ahora lo
es.
El
tren se convierte entonces, en las páginas de un diario. Los cuerpos
desnudos, en los miles de compatriotas que no sólo vio morir, sino
que ayudó en su ejecución. Quizá por eso lo acompañan en este
tránsito. Por llevar sus vidas a cuestas.
Uno
de los momentos más duros de la confesión, y que el tono
monocromático de la voz en off lo hace parecer un retahíla sin fin
ni finalidad; es cuando el entonces prisionero, descubre que para
sobrevivir, necesita de la llegada de otro tren y de otro y de otro,
cargados de judíos que no pasaban más un día sin entrar en las
cámaras de gas. Porque Chil, que bien pudo llamarse Hermann o
Joseph; era uno de los prisioneros trabajadores del campo. La
maquinaria nazi, utilizaba a los mismos judíos para la manutención
del campo. Ellos eran barberos, seleccionaban las ropas utilizables,
cargaban los cuerpos a las fosas comunes, y extraían los dientes de
oro que enriquecían las arcas de la SS, la Gestapo y toda la
maquinaria mortuoria. Así que para su subsistencia, necesitaba la
llegada de los trenes. Y una tarde, no llegó tren alguno. Y Chil
sabía que eso significaba, convertirse en un ser prescindible. En un
muerto más. Por lo que, contra todos sus valores y solidaridades;
suplicó por la llegada de un nuevo tren. Lamentablemente para
muchos, sus deseos se cumplieron.
El
tren hacia Treblinka es una metáfora del viaje que algunos
emprendieron sin retorno; y que otros, han tomado de vuelta para
evitar el olvido y darse cuenta de que son seres extraños: extraños
por sobrevivir, extraños por hacerlo a costa de sus compatriotas sin
rostro, sin nombres (Treblinka es uno de esos campos que, dada la
rapidez con la que se llevaban a cabo las ejecuciones -un prisionero
no pasaba más de un día sin ser enviado a las cámaras de gas-; y
del hecho de que en los trenes, ya la mitad de sus pasajeros, o bien
habían muerto, o se habían suicidado al tener la certeza de su
destino; ha sido muy difícil no digamos identificar los nombres de
sus víctimas, sino incluso contabilizarlas).
Pero
por sobre todas las cosas, Treblinka se constituye en
un relato biográfico. Y juega con las licencias que toda biografía
digna de ese nombre, tiene a su disposición: el yo que escribe, no
es el mismo que es escrito (piense en Kafka y en K.); los hechos que
se relatan, no son los que de verdad nos ocurrieron, sino la forma en
los recordamos (recuerde a Walser); y el sujeto narrado, no es único,
sino polivalente (¿cómo hemos de nombrar a Pessoa?).
Treblinka
entonces, no es un lugar, no es el relato de algún sobreviviente. Es
un viaje en tren lento, pausado, donde la extrañeza no está en lo
que el velo invernal nos deja ver o nos oculta; sino en nosotros,
esos seres desnudos, que lo habitamos y lo hacemos real, junto a
sonido de lo rieles sobre la nieve.
La larga marcha. |
II.- Un año después: Venezuela
Hoy
revivo este nota ya publicada tiempo atrás, y recuerdo de nuevo esta
pieza audiovisual; porque la historia de Chil, cada día se parece
más a la nuestra. La de nosotrxs lxs venezolanxs de 2017. Incluso
hasta en la dirección del tren: el este, ese temido Este caraqueño.
¿Por
qué? Porque Chil nos declara, abiertamente y asumiendo lo terrible
de sus deseos, que la frontera entre víctima y victimario es
temporal y vana. Que una vez puesta a rodar la maquinaria de la
violencia, todos seremos arrollados por ese tren. Un tren que va a
mucha más velocidad que los trenes hacia Polonia.
Un
tren que pasa delante de la vista de muchos, que bajan la mirada, que
no hablan sobre su conocimiento de la carga que transportan. Que
niegan la realidad de sus pasajeros y ocultan en la bruma el nombre
de la estación final. Que son cómplices, incluso a sabiendas que
mañana, quizá sean ellos mismos los próximos pasajeros.
Porque
se trata -siempre- del Otro. De traspasar tu terror, tu miedo,
tus actos y sus consecuencias y tus responsabilidades, al Otro. El
primer campo de concentración Nazi, estuvo en Alemania. Fue
construido para asesinar a los comunistas, que eran la piedra de
tranca de Hitler para tener la mayoría total en el Parlamento (mucho
antes del comienzo de la WWII).
Pero
después, su inteligencia (no hay que negársela, eso sería muy
inocente) lo llevó a mudar la fábrica del exterminio (recuerden que
Ford fue su amigo, asesor y financista y le ayudó en hacer de la
muerte una fábrica: obreros, patronos, horarios estrictos y hasta
normas de higiene) hacia más allá de sus -para entonces- fronteras.
Le cargó al Otro, a los polacos, a Polonia misma; la destrucción de
la propia Polonia.
Pero
no se piense sólo en Hitler y en el partido Nacional Socialista.
Piense también en la actitud similar asumida por los aliados al
final de la guerra: repartición de la zona en pequeños territorios
“propiedad de”. Así cada aliado, dejaba del otro lado de la
frontera, la operatividad de la respectiva cuota de la maquinaria de
la muerte que siguió funcionando.
Nuestra
Caracas de hoy no tiene un Check Point Charly tan glamoroso y
multilingüe como el de Berlín. Y sin embargo, está dividida.
Un conteiner que separa: ¿qué podría contener? |
Y
estamos todos viajando en ese tren hacia Treblinka.
Es
necesario entonces, que actuemos con la valentía Chil: que aceptemos
nuestras sombras y que sea a través de un gesto de reconciliación
con nuestro propio ser; que comencemos por perdonarnos y luego....
luego a crear un relato donde todxs tengamos cabida.
No
se pide perdón ciego. Tampoco revanchismo. Ambas cosas han
demostrado ser infructuosas.
Se
pide, y por necesidad, reconocer nuestras acciones y los relatos que
las legitimaron en determinado momento (incluyendo los relatos
creados por nosotros mismos). Porque la legitimidad es como la
dualidad víctima-victimario, temporal. Las narrativas que hoy
legitima ciertas acciones; mañana caerán en desuso y hasta actuarán
en contra. Por lo que se trata de asumir la construcción temporal de
ciertas motivaciones y justificaciones; y buscar en el terreno de lo
simbólico un relato, quizá no de tipo fundacional (como la
Bildungsroman alemana), pero que al menos siente las bases
para la construcción de una sociedad posible. De una utopía,
entendiendo por ésta, el campo de la potencialidad: aquello
que cada sujeto, cada grupo social posee y que es factible de ser.
Evitando por supuesto, los impulsos que nos llevan de lo utópico a
lo distópico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario