Detenido.
No
sé dónde más un hecho que estoy detenido.
¿Vivo?
Funciono
y ya es mucho.
Rafael
Cadenas.
Abril
rebelde. Un mes que comenzó con convocatorias a marchas y
concentraciones de los dos polos políticos del país, he dejado el
lamentable saldo de 36 víctimas (por ahora). Lo que en un principio
se suponía era la movilización ciudadana para la reivindicación
de logros y la exigencia de derechos; se convirtió en un cementerio.
Pero también en un festín. El macabro festín de la muerte.
Pero
tal festejo, tal sacrificio humano, ha tenido como escenario a los
medios de comunicación y muy especialmente a las RRSS. Las calles,
que se suponen las principales protagonistas, el escenario de la vida
en sociedad, el lugar de tránsito y hábitat humano; han sido
desplazadas por la autopista de las imágenes (autorreferenciales)
que visibilizando a unxs, invisibilizan al Otrx. Un territorio donde
no hay ganador, porque la muerte y la violencia nunca podrán
enarbolarse como victoria.
La
vida on/vida off (line)
-
¿Fuiste a la marcha?
.-
Claro, ¿no viste mi selfie?
Una
de las primeras manifestaciones sociales de las
marchas/concentraciones y que aún sigue vigente, ha sido el selfie,
la nueva huella de la
presencia, del estar ahí (que no del ser). No importa cuán fuera de
foco, o si sólo capta un cuerpo fragmentado. Esa imagen,
autorreferencial, que me sitúa al mismo tiempo que me borra, no es
más que el abandono del mundo real. La protesta o reivindicación,
pasa de la calle al FB, al tuiter, al instagram; donde es tal la
circulación de imágenes iguales (porque el selfie tiene una
estética homogeneizada, una pose presupuesta y necesaria para ser
legítima), que es imposible ya distinguir un rostro de otro. Más
con las máscaras prediseñadas de dichas redes, donde por ejemplo,
sobrepones la bandera de Venezuela a tu rostro.
Se
diría que el Yo muere, a favor de un nosotros unificado por un
objetivo común. Sin embargo, lo que al final se impone es un régimen
de juegos de retirada, donde se inserta mi vida personal y mi opinión
-el pie de página del selfie es vital para darle
significación- en un mundo de actualidad comentada. No piense,
digite.
Sin
embargo, cosa no poco curiosa, el selfie causa indignación.
Recordemos los ejemplos de la joven abogado quien se retrató según
la ocasión y el destinatario; y al funcionario de la Guardia
Nacional, quien hizo lo propio ante una guarimba. La crítica fue la
misma: estuvieron allí sino sólo para posar ante las cámaras.
Efectivamente, es una afirmación que los une e iguala.
Con
el implosión de las RRSS, vivimos ahora una nueva subjetividad que
se construye en esa área de no ser, donde lo que funciona es la
imagen homogénea de mí, la construcción de mi identidad gracias a
un archivo de estereotipos dominantes: la misma pose, el mismo
escenario. Se vive para estar on line, produciendo
vacíos.
Es
necesario percatamos de que estamos transformando la calle en un
telón de fondo, para escenificar individualidades del estar-allí. Y
surge entonces la pregunta: cómo podemos articular una lucha que
transforme lo social desde el vacío. O más concretamente: cómo
nuestra vida on line impacta en la vida off line toda.
La
joven y el soldado, nosotrxs ídem, capturamos nuestra presencia para
que al hacerla pública, quede apuntada en el nuevo archivo histórico
de la humanidad. Pero ese yo on line, nos devuelve un
boomerang filoso desde la virtualidad, hacia nuestra factibilidad. En
un instante, paso de ser a estar off. Apagado.
Una muerte más que simbólica.
Hamlet
debe cambiar su enunciado: Estar en la red, o no estar, es ahora la
cuestión.
La
imagen y la palabra. El imperio del verbo.
Pero
para estar en la red, para estar on y que se entienda dicha
presencia como acto político, la imagen no vale por sí sola.
Curioso. En el mundo 2.0, donde la imagen se supone reina y dueña de
la verdad; donde la sentencia “Click, posteo y luego existo”, es
el nuevo credo de la vida social; la vieja fórmula de “Una imagen
vale más que mil palabras” ha devenido en falsa.
Las
RRSS y su promiscua proliferación de imágenes, han dado una vuelta
de tuerca a dicha afirmación. La credibilidad de la imagen, su
validez, su legitimación; vienen dadas por el pie de foto, el
comentario, el verbo que le da el contexto de lectura a quien la ve.
Lo
que se enmarca es lo mismo: los lugares, los sujetos, las acciones
(incluso podría ser una imagen única en eterno loop, y no
nos percataríamos de ello. De hecho, no lo hacemos, pues esto ya es
una práctica común de los grandes conglomerados (des)informativos).
Pero
como fragmentos de una realidad recortada, el retrato obedece a una
lógica distinta, según el museo en que exponga y el curador
encargado de darle significación a través del comentario. La imagen
no vale por sí sola. Necesita del con-texto. Ante la proliferación
de imágenes-pobres, la oratoria que las envuelve, el lugar donde se
exponen y el yo que las reclama para sí afirmando “Veo, grabo,
luego somos”, son eje de legitimación de un país de 1080 p y 140
caracteres.
Si
miro por mi ventana, algo acontece. Concreto. Cuando volteo a las
pantallas, percibo un suceso. Virtual. Imagen-texto en un juego de
construcción bipolar. Dos Venezuelas, ambas posibles gracias al
artilugio de la palabra. Una palabra negadora, cargada de violencia
simbólica; pues pasa o bien por la negación del otro; o algo peor:
su invisibilización.
Es
urgente que reconozcamos que no son dos Venezuelas. Que somos la
misma, que co-existimos. Que estamos en un país multi-lingual. Y que
la palabra bien puede acercarnos, o cometer crímenes horrendos, como
el sacrificio simbólico.
No
dejar de mirar por la ventana, que también es un rectángulo que
recorta; pero es otro marco posible, necesario y urgente. La realidad
aún existe y necesita de muchas voces para comprenderla.
Steyerl
ya habla hoy de la imagen pobre. Luchemos para que la palabra-pobre,
in-significante, no se imponga como la nueva forma discursiva.
La
imagen y su (no) violencia.
“El
problema no es que la gente recuerde por medio fotografías, sino que
sólo recuerda las fotografías”.
Susan
Sontag. Ante el dolor de los demás.
Culminó
un mes que deja el saldo de casi 40 muertos, producto de las
manifestaciones de diversa índole que han ocupado el país. Los
medios tradicionales y las RRSS se pueblan de fotos y videos, que
intentan no sólo registrar los hechos, sino también elaborar un
archivo a medio camino entre el diario personal y la documentación
histórica.
¿Pero
que nos ocurre como sujetos, ante el exceso de muerte y crueldad que
nos muestran dichas imágenes?, ¿cómo reaccionar ante la fijación
del dolor o la impotencia dentro un marco mediatizado?. A primera
vista, el repudio y la indignación. Luego, la conmoción. Pero la
conmoción no es perpetua, como afirma Sontag; ésta puede volverse
cotidiana y luego desaparecer.
En
medio -y a través de los medios- de la sobre exposición de imágenes
sufrientes; también puede desaparecer nuestra capacidad de pensar en
lo que implica mirar dichas imágenes, en las causas que provocaron
los hechos devenidos en foto y por supuesto, en las consecuencias que
devendrán post-imagen.
Por
ahora, estamos lejos del momento reflexivo. Todo nos indica estar
sumidos en el sentimentalismo, que como también afirma Sontag, es
del todo compatible con la afición por la brutalidad. Estamos
sumidos entre la simpatía por el Otro -la víctima- y la antipatía
por el Otro Otro -el victimario-. Y “siempre que sentimos simpatía
[o su opuesto, agrego yo], sentimos que no somos cómplices de las
causas del sufrimiento. Nuestra simpatía proclama nuestra inocencia,
así como nuestra ineficacia” (Sontag).
Pero
no mintamos. Ante el dolor de los demás, también existe otra manera
de afrontarlo: la compasión. Y ésta automáticamente hace
desaparecer del campo simbólico (borra la imagen, dicho en criollo)
al cuerpo inerte y sus dolientes. La compasión entonces, es también
una manera de esquivar nuestra responsabilidad en el sufrimiento (del
que somos co-causantes), de proclamar nuestra inocencia; pero sobre
todo, desvela nuestra ineficacia para evitar dicho dolor y para
operar estrategias que impidan los hechos (ésos u otros posibles),
que lo repitan o peor, lo eternicen.
En
necesario ahora que damos inicio al mes de flores, el abandono del
tono sentimentalista y el comienzo de la reflexión. De lo contrario,
cotidianizaremos la violencia, la muerte, el dolor, la crueldad; y
por sobre todo la indiferencia y el odio que éstos traen consigo.
En
la búsqueda de una sociedad mejor, más justa, más equitativa, con
mejores sistemas de participación ciudadana, de perfeccionamiento de
los instrumentos democráticos (que no siempre son tan democráticos
y que hay que trabajarlos diariamente); las salidas rápidas y
efectistas son tan sólo abono para la confrontación y la
transformación del debate social, en un campo de batalla (real y
simbólico).
Construir
una sociedad mejor, (lamentablemente para algunos) toma su tiempo e
implica reflexión. Virginia Woolf tardó tres años en responder la
carta que su amigo le envió a propósito de las fotos de la guerra
que le adjuntaba (la respuesta es su libro Tres Guineas). Tres
años, sí muchos... Pero por las prisas, aún Europa es víctima de
la guerra.
PD:
De no tomarnos el tiempo para reflexionar (y por ende para
respetar-nos y pensar en cómo pensamos las imágenes que construimos
y nos construyen), terminaremos rodeados de frases como estas:
“Gracias a ti y a tu familia por el sacrificio” (colocada en el
memorial del joven Pernalete en Altamira), o “Debemos buscar otras
formas creativas de propuestas. No podemos seguir sacrificando
jóvenes” (un posteo de FB).
Aclaratoria:
ex-profeso, este artículo no lleva ninguna fotografía.
Interesante discurso y punto de vista. Creo que el individualismo sobrepasa cualquier propuesta, y su maxima expresion el exibicionismo.Mientras no se reconozca al otro no habra cambio. siembra de odio es lo que hay en esta Venezuela nuestra...MUY DOLOROSO
ResponderEliminarGracias por tu aporte Marlene. Este es un espacio, para superar el individualismo; y trabajar por la reflexión crítica y colectiva. Saludos.
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