Si el que paga piensa, quién nos
paga, quién nos piensa.
A
propósito de los medios, los mediadores y los discursos.
I.-
¿Quién es el patrón?: ¿cuestión de propiedad o de discurso?
Creemos que debe haber medios de todo tipo:
públicos, privados, mixtos, comunitarios, “independientes” (un a
priori imposible, pero se hace el “como si”), etc. Pero nos
preguntamos: la capacidad de visibilizar, de cierto acceso a la
objetividad y a la información veraz, o a la cultura (y no al
entretenimiento denigrante, que lamentablemente existe), ¿están más
supeditados al propietario o al discurso que se emplea para
comunicar?
La última revisión que hemos hecho tanto
a medios nacionales como internacionales, nos confirman una vez más,
que el problema es discursivo. Constatamos cómo en el caso
informativo, todas la cadenas, sean públicas o privadas, se pliegan
sin temor y hasta con regocijo, a los estándares del doble rasero, a
los discursos clásicos colonizadores (incluso desde el propio
colonizado), y siempre bajo égida de la división social: hay
ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda. No importa a quién
ponga a usted en el top list, la descalificación es la misma.
Igual pasa con la “televisión de
entretenimiento”, que adopta las formas burdas de la narrativa que
parten de asumir al espectador como “alguien que mira”, y que por
ende no piensa. Clisés, chistes fáciles, todo transparencia. Y
claro, con la sempiterna declaración: “Eso es lo que al público
le gusta” (el rating
como excusa, para culparnos a nosotros de su nula creatividad).
Si los informativos están al servicio de
una sola verdad, que hacen inobjetable en nombre de unos ciudadanos
que secuestran la ciudadanía de otros; los canales de
entretenimiento están al servicio del escape fácil: “evada,
olvide y no piense. Sobre todo, por favor no piense”. Al final, en
ambos recae la misma lógica: la de la exposición. Las cámaras
están ahí, para que el oportunista de turno se muestre, se exhiba.
Después de todo, se sabe que los programas no son más que el
relleno de la publicidad, sea ésta privada o propagandística. La
libertad de expresión y creatividad, es sólo el libertinaje de la
compra-venta.
II.-
El doble rasero: lo
extraordinario como práctica habitual.
Sin embargo, el problema no es sólo el
medio, también lo es el mediador. Y acá entra en discusión el
doble rasero presente tanto en
los medios en sí, como en quienes los juzgan.
Creo que nadie puede negar, la indignación
que nos produce este mundo en que vivimos: guerras justificadas en
ideales vacíos y puestos al servicio del interés de turno; la
cotidianización de la muerte como espectáculo; la precarización
del sujeto; y un sentimiento generalizado de “pérdida de valores”
(que pasa primero por asumir -una discusión pendiente- qué valores
teníamos y cómo los perdimos
luego). Pero indigna más, el cómo hablamos de este mundo a través
del medio; es decir, bajo qué parámetros de legitimitad se enuncia
el mediador [1].
En los tiempos de las “ideologías duras”
(la Modernidad con todo su peso), dos criterios válidos eran la
propiedad y el gentilicio -y se presuponía que ambos, sustentaban la
tendencia político-ideológica-. Pero ahora, en fechas líquidas
como diría Bauman, ya no importa si el medio informativo es público
o privado; nacional o transnacional, monopólico u oligopólico, de
izquierda o derecha, de arriba o abajo. Todos, sin exclusión,
practican el doble rasero; tanto como los comunicadores
“independientes” de las RRSS, quienes la ejercen hasta con
orgullo. Una práctica que huelga decir, hemos bautizado con el
eufemismo (sí, hasta yo) de “línea editorial”. Vaya pleonasmo.
En Berlín o Niza hay víctimas de
atentados y se conmemoran minutos de silencio y los colores Benetton
pueblan los cielos. En Kabul o Paquistán, aparece una gente muerta y
es otro titular de relleno, sólo para telón
de fondo de la foto de los
mandatarios en Bruselas. En Brasilia o Buenaventura, las fuerzas
militares atentan contra los pobladores; por otros lares, los agentes
del orden preservan la paz. En algunos países, la sociedad civil
reclama sus derechos secuestrados por el poder; en otros, los
terroristas sitian las calles en busca de ese mismo poder. Hay
huelgas válidas, justas reivindicaciones; mientras otras son
manifestaciones de sabotaje al gobierno, un atentado contra el
derecho laboral universal. Lo insólito del doble rasero en los
medios, y como veremos, también en las expresiones individuales de
las RRSS; es que colidan, como paisaje de tren a gran velocidad, uno
junto al otro sin entrar en contradicción.
Esquizofrenia o bipolaridad, si tomamos
como ejemplos algunos post de FaceBook (pero la psiquiatría también
se le puede aplicar a las instituciones, como ya bien demostró
Foucault [2]).
Fíjese: una dama condena la violencia de género, mientras celebra
detenciones arbitrarias en un lejano y desconocido país (¿le suena
Eritrea?). Un militante anticolonizador (lector fanático
de Fanon [3]),
celebra la intervención de Rusia en Siria o en Crimea. Un acérrimo
defensor de las libertades sexuales, llama maricones a los policías
(y si puede, los manda a trabajar en Cultura). Una madre católica,
apostólica y romana, venera como sacrificio la muerte de jóvenes en
las calles, y hasta lo agradece (esto ni tan contradictorio es,
porque está encarnando la figura mariana, pero vaya!). Los
defensores de los afrodescendientes, llaman “negrx” a cualquier
morenitx que piense diferente. El neoliberal que vendió Grecia al
Deutsche Bank, se indigna con éste, por el oro venezolano. Y
los anti FMI, aplauden la venta de territorios al Imperio Chino. Los
verdes son más: Bayer compra a
Mosanto, pero usted adora al Chicharito. ¡Viva México, cabrones!
Pero el rasero más maleable, propenso al
missreading
[4]
y jartamente manoseado, es la eterna consigna en la que coinciden
todxs, de que la única forma para llegar a la paz es la violencia en
cualquiera de sus expresiones: literal, simbólica, física,
psicológica, emocional, endorfínica, etc. Todxs son pacifistas
a priori, olvidando
que la paz es un concepto
vago -y muy reciente- que se da por sentado y legítimo, sin tener
una significación precisa. Aclaro: no estoy a favor de la violencia.
El problema es justamente ése:
que se asume que lo contrario a la paz es la violencia, cuando hay
ejemplos en nuestro largo transitar por este planeta, de que no son
antónimos literales. Pero esa discusión, será para otro artículo.
En el caso de los medios, uno puede decir
que el que paga, piensa. Fácil: el dueño de los cobres, ordena la
línea editorial. Necesario es preguntarnos a nuestro interior, cada
vez que nos presentamos como mediadores en las RRSS (o en cualquier
otro lugar expresivo personal, incluyéndome), quién
nos paga para que pensemos así.
Cuáles son esos cobres (obviamente no son dólares ni euros, no es
material) y quién nos los abonó (aparte de los eternos culpables:
tradición, familia y sociedad). Porque estamos cobrando intereses y
también pagándolos.
III.- La mirada al revés.
Galenano casi
tiene la razón. No se trata del mundo al revés; sino de nuestra
interpretación sobre él. Una mirada acomodaticia, complaciente en
muchos casos. Un mundo donde lo extraordinario (aceptar la
domesticación de la mirada, siempre que ésta se pose sobre el otro)
se ha vuelto cotidiano [5].
El doble rasero, hay que decirlo ya, es
amoral.
Porque detrás de su discurso están las complacencias al poder que
compra y vende, a la ideología que subyuga; la categorización de
derechos y ciudadanos en primera, segunda y hasta nula clase (¿piensa
usted en un turco-chipriota como ciudadano, le suena un kurdo o un
kosovar?); y la ceguera (premeditada o inconsciente) que alimenta la
aniquilación del sujeto (dejando sólo la compasión como
sentimiento, con las consecuencias que Zwieg ya nos relató tan bien
[6]).
Llamamos a una verdadera revolución: la
huelga mediática contra el patrón de turno, un apagón. Un poco
demasiado de silencio necesario. Incluso yo, si he de renunciar a
estas líneas.
Notas:
[1] Un buen concepto de legitimidad, aplicado al tema que nos ocupa, puede ser revisado en la obra de Lyotard.
[1] Un buen concepto de legitimidad, aplicado al tema que nos ocupa, puede ser revisado en la obra de Lyotard.
[2]
Véase del autor francés, textos como Historia
de la sexualidad, Historia
de la locura, y
Vigilar y castigar,
entre otros.
[3]
Consulte
Los condenados de la tierra.
[4]
Sobre el problema del missreading
en literatura pueden consultarse los textos tanto Harold Bloom, como
de Nortrop Frye.
[5]
Un texto que recomiendo ampliamente,
sobre le problema de las representaciones colonizador/colonizado
(mirada domesticada/mirada domesticadora)
es Multiculturalismo,
cine y medios de comunicación: crítica del pensamiento eurocéntrico
de
Ella SOHAT
y Robert STAM, (2002).,
Barcelona: Paidós.
[6]
La compasión y sus pecados y consecuencias, son el tema central de
su novela La impaciencia del
corazón.
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